“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 24 de julio de 2016

Orar más

Primera Lectura: Gn. 18, 20-32
Salmo 138 (137), 1.2a. 2b. 2c. 2d. 2e-3.7c.8
Segunda Lectura: Col. 2, 12-14
Evangelio: Lc. 11, 1-13


¿Cuántas veces negoció Abraham con Dios en la primera lectura de hoy? ¡Fueron seis veces!

Y luego en el Evangelio Jesús nos dice que insistamos hasta que lo que pedimos se nos otorgue. Por que de entre nosotros ninguno le daría a su hijo una piedra si le pide pan, o una víbora si le pide pescado. 

Pues así con Dios. En estos tiempos somos víctimas de una violencia inhumana. Una que trasciende fronteras y que se descontrola cada vez más en el mundo. Los medios de comunicación nos informan de asesinatos múltiples, guerras, hambre, asesinatos aislados. A veces en nuestro ambiente personal nos sentimos asediados por la inseguridad, el peligro, la corrupción de quienes nos gobiernan, hasta por el rechazo de nuestros seres queridos y más cercanos.

Pero todo esto tiene solución. La oración es la solución que elf mundo necesita. ¡El Evangelio de hoy nos alerta sobre que hace falta orar más! Y para no equivocarnos, también nos enseña la forma de hacerlo, que es: Santificando a Dios, pidiéndole lo que necesitamos sabiendo que se nos dará según sea su voluntad, pidiendo perdón por nuestras ofensas porque nosotros perdonamos a quienes nos ofenden (nótese el sentido de reciprocidad) y finalmente, agregaría, agradeciendo todo lo que nos da.

Orar en la mañana, en la tarde, en la noche y ofrecer al Señor cada una de nuestras obras como forma de oración. Pero estas ofrendas deben ser puras, y solo lo conseguiremos si al hacerlas, damos lo mejor de nosotros mismos, ni un poquito menos. Orar, incluso, por aquellos que consideramos nuestros enemigos. Pues ellos también son nuestros hermanos, y Cristo también murió y resucitó por ellos.

La oración, nos dicen, debe ser con fe. Pero también con esperanza y sobre todo con Amor. Ese amor es el que nos debe llevar a actuar, por que las oraciones sin acciones se quedan vacías. Orar por tener un mundo mejor pero presionar para que ese mundo sea posible. ¡La única forma de derrotar al mal es un enérgico progreso en el sentido del bien! Y eso, solo lo podrá lograr la gente que tenga un poquito de bondad en su corazón y desarrollarla a través de sus obras y oraciones.

Oremos pues por todos, en especial, por nuestros hermanos que comparten las lecturas de este blog, pero también por sus autores, para que en la medida de la voluntad de Dios, puedan ser testigos del plan de vida que tiene preparado para cada uno de nosotros, cuyo propósito es la felicidad, y sepamos transmitirlo, siempre.

sábado, 23 de julio de 2016

Orando con la vida misma.




17º domingo durante el año
Ciclo C.

1 lectura Gn 18, 20-21. 23-32;
Sal 1371-3. 6-7a. 7c-8;
2 lectura Col 2, 12-14;
Evangelio Lc 11, 1-13




Quizá nos preguntemos, ¿para qué rezar si Dios sabe mejor que nosotros lo que nos hace falta? Nuestra oración no consiste en pedir y solo pedir. Necesitamos mentalizarnos que sin Él nada somos. Oración es alabarlo y agradecerle todo cuanto nos ha dado, empezando por la vida, la fe… Oración es ponernos dócil y confiadamente en sus manos. Oración es tomar conciencia de que, así como él es con nosotros, nosotros debemos ser con nuestros prójimos, tal como Jesús enseña que si no perdonamos de corazón, no esperemos perdón de Dios.

La oración del Padre Nuestro más que fórmula para memorizar es la divina receta de la vida diaria, ¡es lo que Dios espera de nosotros! Por eso insiste en que escuchemos atentamente a su Hijo Jesús y caminemos sobre sus huellas, siendo siempre fieles en su seguimiento. Al mismo tiempo Jesús nos pide que enseñemos a los hombres no sólo a rezar el Padre Nuestro sino que les mostremos este estilo de vida.

 Hoy el mundo necesita ver cristianos en acción, hombres y mujeres que vivan el Padre Nuestro instaurando un mundo nuevo, el Reino de Dios en la verdad y la justicia, en la paz y la caridad, en la reconciliación y la fraternidad, en la libertad y el progreso solidario, en el bienestar compartido.

 El pasaje del Evangelio según san Lucas hoy nos refiere las horas que pasabas entregado a la intimidad con tu Hijo, para que también nosotros gustemos estar contigo sin apuro. Y el Padre Nuestro son palabras brotadas de su corazón de Hijo muy amado, las únicas palabras que tú quieres escuchar de nuestros labios, al punto que si no suenan como esas nunca llegarían a ti. Ayúdanos a no quedarnos en palabras sino a traducirlas en lo concreto de la vida diaria, ¡que oremos con la vida misma!, que es lo que tú quieres de tus hijos, hasta el día que nos congregues en el cielo. Amén.


Tú eres como manantial de donde brota el río… Salmo 139




Señor, tú me llegas hasta el fondo y me conoces por dentro.
Lo sé: me conoces cuando no paro o cuando no sé qué hacer.
Mis ilusiones y mis deseos los entiendes como si fueran tuyos.
En mi camino has puesto tu huella,
en mi descanso te has sentado a mi lado,
todos mis proyectos los has tocado palmo a palmo.
Tú oyes lo profundo de mi ser en el silencio,
cuando aún no tiene palabras para abrirse a ti.
Es increíble: me tienes agarrada totalmente.
Me cubres con tu palma y me siento tuya.
Como grano de arena en el desierto,
como gota de agua perdida en el mar,
así me encuentro ante ti.
Me digo y no sé responderme: ¿a dónde iré
que no sienta el calor de tu aliento?
¿ A dónde escaparé que no me encuentre con tu mirada?
Cuando escalo mi vida y lucho por superarme, allí estás tú.
Cuando me canso en el camino y me siento barro,
allí perdida en mi dolor, te encuentro a ti.
Cuando mis alas se hacen libertad sin fronteras
y toco el despertar de algo nuevo;
cuando surco los mares de mis sueños
y pierdo la arena pegadiza de mis playas,
allí está tu mano, y tus ojos, y tu boca…
allí, como Amigo fiel, de nuevo estas tú.
Si digo cansada: que la tiniebla me cubra,
si digo desalentada: que el día se haga noche sobre mí;
ni a tiniebla, Señor, es oscura para ti,
y la noche, Señor, es clara como el día.
Tú eres como manantial de donde brota el río,
como raíz donde arranca el árbol.
Tu vida se ha hecho vida en mis entrañas,
me has creado por amor y quieres que viva en plenitud.
Soy tuya: sólo tu amor da respuesta a mi sed.
Ese amor con el que me tejiste en el seno de mi madre
y desde el que me llamas a crecer y ser feliz.
Dios mío, tú me sondeas y me conoces,
comprendes como nadie mis sentimientos.
Que te sienta cerca en el camino de la vida.
Quiero desde lo hondo de mi ser vivir para ti.
*
(Autor/a desconocido/a)

LA HOMOSEXUALIDAD Y LA BIBLIA

Por Walter Wink.
(Teólogo y Biblista)

(El artículo es largo pero vale la pena leerlo y reflexionarlo en comunidad)

Hoy, como nunca antes, el debate en torno a los temas sexuales divide a las iglesias. Al igual que lo hizo el tema de la esclavitud hace ciento cincuenta años, la cuestión de la homosexualidad amenaza con fracturar a todas las denominaciones cristianas. Naturalmente, nos volvemos a la Biblia en busca de una guía, y nos hallamos hundidos en las arenas movedizas de la interpretación. ¿Puede la Biblia decirnos algo en nuestra confusión sobre esta materia?

Algunos pasajes que han sido sugeridos como pertinentes al tema de la homosexualidad, en realidad, son irrelevantes. Uno es el intento de violación de los hombres de Sodoma (Génesis 19:1-29), ya que ese era un caso de varones ostensiblemente heterosexuales en un intento de humillar a los extranjeros, tratándolos “como mujeres”, despojándolos de su masculinidad. (Éste es, también, el caso en la narración similar de Jueces 19-21). Su brutal conducta no tiene nada que ver con el problema de si es legítimo o no, un genuino amor expresado entre adultos del mismo sexo, que consienten tal relación. 

De modo análogo, el texto de Deuteronomio 23:17-18 debe sacarse de la lista, ya que muy probablemente se refiere a prostitución de heterosexuales involucrados en ritos cananeos de fertilidad, que se habían infiltrado en el culto judío; algunas versiones de la Biblia, inexactamente, lo califica de “sodomita”. Varios otros textos son ambiguos. No es claro si 1ª Corintios 6:9 y 1ª Timoteo 1:10 se refieren a los miembros “pasivos” y “activos” de las relaciones homosexuales, o a los varones prostituidos homosexuales y heterosexuales. En resumen, no es claro si el tema es la homosexualidad en sí, o la promiscuidad y “comercio sexual.

Condenaciones inequívocas

Eliminados estos tres textos, nos quedan tres referencias, todas las cuales, inequívocamente, condenan la conducta homosexual. El libro de Levítico 18:22 declara el principio: (Tú, varón, “no te acostarás con un varón como si fuera una mujer: es una abominación”. El segundo texto (Levítico 20:13) añade el castigo: “Si un hombre se acuesta con otro hombre como si fuera una mujer, los dos cometen una cosa abominable; por eso serán castigados con la muerte y su sangre caerá sobre ellos"”

Un acto tal se consideraba como una “abominación” por varias razones


La comprensión pre-científica hebrea era que el semen masculino contenía la totalidad de la vida naciente. Sin el conocimiento de los óvulos y de la ovulación, se suponía que la mujer suministraba solamente el lugar de incubación. 


De ahí que derramar semen por cualquier propósito no-procreativo -en coitus interruptus (Génesis 38:1-11) en actos homosexuales masculinos, o de masturbación masculina- se consideraba equivalente al aborto o al asesinato. 


Consecuentemente, los actos homosexuales femeninos no se consideraban tan seriamente y no se los menciona en absoluto en todo el Antiguo Testamento (pero véase Romanos 1:26). Se puede apreciar en qué medida valoraría la procreación una tribu que luchaba por poblar un país, cuyos habitantes los sobrepasaban numéricamente; pero tales valores se vuelven cuestionables en un mundo que afronta una superpoblación que escapa a todo control.

Además, cuando un hombre actuaba sexualmente como si hubiera sido una mujer, la dignidad masculina estaba comprometida. Era una degradación, no solamente con respecto de sí mismo, sino con relación a todos los demás varones. El sistema patriarcal de la cultura hebrea se revela en la misma formulación del mandato, ya que no se formuló una censura similar para prohibir actos homosexuales entre mujeres. 


Y la aversión sentida hacia la homosexualidad no era porque se la juzgara precisamente antinatural, sino también porque se la consideraba anti-judía, representando una invasión más, todavía, de la civilización pagana en la vida judía. Un efecto de eso es la muy universal aversión que los heterosexuales tienden a sentir por actos y orientaciones extraños a ellos (ser zurdo ha provocado algo de la misma respuesta en muchas culturas).

Sin embargo, cualquiera sea la razón de ser de su formulación, los textos no dejan lugar a que se los manipule. Se ejecutará a aquellas personas que cometan actos homosexuales. Éste es el claro mandato de la Escritura. 


El significado no da lugar a equívocos: cualquiera, sea varón o mujer, que desee basar sus creencias sobre el testimonio del Antiguo Testamento, debe ser completamente coherente y pedir la pena de muerte para todo aquel que ejerza actos homosexuales. (Eso puede parecer extremo, pero, en realidad, hay algunos cristianos, hoy en día, propugnando precisamente esto). Aunque no sea posible que un tribunal ejecute nuevamente a los homosexuales, un sorprendente número de gays son asesinados por heterosexuales cada año, en este país.

Los textos del Antiguo Testamento tienen que sopesarse con los del Nuevo


En consecuencia, la inequívoca condena de la conducta homosexual en Romanos 1:26-27, debe ser el centro de toda discusión. “Por esta razón, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. Sus mujeres cambiaron las relaciones sexuales naturales por otras contrarias a la naturaleza y, del mismo modo, también los hombres, dejando las relaciones sexuales naturales con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros. Los hombres cometieron actos vergonzosos con hombres y recibieron, en sus propias personas, el castigo merecido por su extravío”.

Sin duda, Pablo era ajeno a la distinción entre orientación sexual, a través de la cual evidentemente se tiene muy poca elección, y conducta sexual, a través de la cual sí se la tiene. Parece dar por sentado que aquellos a quienes condena, son heterosexuales y están actuando contrariamente a la naturaleza, “dejando”, “abandonando” o “cambiando” su orientación sexual verdadera por aquella que se fija en los primeros años de vida, o tal vez hasta genéticamente, en algunos casos. Para tales personas, tener relaciones heterosexuales sería actuar en forma contraria a la naturaleza, “dejando”, “abandonando” o “cambiando” su orientación sexual natural.

De igual modo, las relaciones que Pablo describe están cargadas de lujuria; no son relaciones de genuino amor entre personas del mismo sexo. No son relaciones entre adultos del mismo sexo, que las consienten y que recíprocamente se comprometen, con fidelidad y con tanta integridad como cualquier pareja heterosexual. Por otra parte, algunas personas suponen que las enfermedades venéreas y el SIDA, son castigos de Dios por la conducta homosexual; sabemos que es un riesgo involucrado en la promiscuidad de toda índole, homosexual y heterosexual. En realidad, la gran mayoría de las personas con SIDA alrededor del mundo, son heterosexuales. Difícilmente podemos poner al SIDA bajo el rótulo de “castigo divino”, ya que las lesbianas no-promiscuas casi no corren ningún riesgo.

Y Pablo cree que la homosexualidad es contraria a la naturaleza; sin embargo,  hemos aprendido que se manifiesta en una extensa variedad de especies, especialmente (pero no en forma exclusiva) bajo la presión de la sobrepoblación. Entonces, esto parecería ser un mecanismo completamente natural para preservar las especies. Por supuesto, no podemos decidir la conducta ética humana exclusivamente sobre la base de la conducta animal o de las ciencias humanas, pero aquí Pablo está argumentando desde la naturaleza, como él mismo lo dice, y el nuevo conocimiento de lo que es “natural” es, por consiguiente, pertinente al caso.

Costumbres sexuales hebreas
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Sin embargo, con toda claridad, la Biblia adopta una opinión negativa sobre la actividad homosexual en aquellas pocas instancias en que se la menciona. Pero esta conclusión no resuelve el problema de cómo debemos interpretar la Escritura hoy. Puesto que hay otras actitudes, prácticas y restricciones sexuales que son normativas en la Escritura, pero a las cuales ya no las aceptamos como normativas.


1. La ley del Antiguo Testamento prohibe estrictamente las relaciones sexuales durante los siete días del período menstrual (Levítico 18:19; 15:19-24); y cualquiera que la violase debía ser “extirpado· o “cortado de su pueblo” (kareth, Levítico 18:29 un término que se refiere a ejecución ya sea apedreando, quemando, estrangulando, azotando o por expulsión; Levítico 15:24, omite este castigo). Hoy en día, muchas personas, de vez en cuando, tienen relaciones sexuales durante la menstruación y no piensan nada sobre ello. ¿Debieran “ser excluidos”? La Biblia dice que sí.

2. El castigo a causa del adulterio era la muerte, apedreando tanto al hombre como a la mujer (Deuteronomio 22:22), pero aquí el adulterio se determina por el estado marital de la mujer. En el Antiguo Testamento, un hombre casado que tiene relaciones sexuales con una mujer soltera, no es adúltero -un caso claro de una doble regla-.


Un hombre podía no cometer adulterio contra su propia mujer; solamente podía cometer adulterio contra otro hombre, por el uso sexual de la mujer del otro. Y una joven esposa que se comprobaba que no era virgen debe ser apedreada hasta la muerte (Deuteronomio 22:13-21), pero nunca se menciona, siquiera, la virginidad del varón en el casamiento.
Es una de las curiosidades del debate actual sobre sexualidad, que el adulterio, el cual crea muchos más estragos sociales, se considera menos “pecaminoso” que la actividad homosexual. Tal vez sea así porque hay muchos más adúlteros en nuestras iglesias. Todavía, ninguno -por lo que yo sé- pide para ellos que sean apedreados, a pesar del claro mandato de la Escritura. Y ordenamos a adúlteros

3. La desnudez, característica del paraíso, se consideraba en el judaísmo como reprobable (2º Samuel 6:20; 10:4; Isaías 20:2-4; 47:3). Cuando uno de los hijos de Noé miró a su padre desnudo, fue maldecido (Génesis 9:20-27). En gran parte, este tabú de la desnudez posiblemente hasta inhíba la intimidad sexual de marido y mujer (esto todavía es cierto en una sorprendente cantidad de personas criadas en la tradición judeo-cristiana). Podemos no estar preparados para las playas nudistas, pero ¿estamos preparados para considerar como un pecado maldito la desnudez en el vestuario o en el viejo remanso adonde nadábamos de niños, o en la privacidad del propio hogar? La Biblia lo hace.

4. La poligamia y el concubinato eran comúnmente practicados en el Antiguo Testamento. Ninguno de ambos se condena en el Nuevo Testamento (con las cuestionables excepciones de 1ª Timoteo 3:2; 12 y Tito 1:6). La enseñanza de Jesús sobre la unión marital en Marcos 10:6-8, no es una excepción, ya que cita Génesis 2:24 como su autoridad, y este texto nunca fue entendido en Israel como excluyendo la poligamia. Un hombre podía llegar a ser “una carne” con más de una mujer, a través del acto de relaciones sexuales. De fuentes judías, sabemos que la poligamia continuaba practicándose dentro del judaísmo, durante los siglos siguientes al período neotestamentario. Entonces, si la Biblia permite la poligamia y el concubinato, ¿por qué no hemos de hacerlo nosotros?

5.Una forma de la poligamia era el casamiento por levirato. En Israel, cuando un hombre casado moría sin haber tenido hijos, su viuda debía tener relaciones sexuales sucesivamente con cada uno de los hermanos de su marido, hasta que le diera un heredero varón. Jesús menciona esta práctica, sin emitir ningún juicio crítico (Marcos 12:18-27) No estoy enterado de que haya algún cristiano que todavía obedezca este ambiguo mandato de la Escritura. ¿Por qué se hace caso omiso de esta ley y, en cambio, se mantiene la que está contra la homosexualidad?

6.En ninguna parte el Antiguo Testamento prohibe explícitamente las relaciones sexuales entre adultos heterosexuales solteros que consienten tal relación, siempre y cuando el valor económico de la mujer (dote) no se comprometiera, es decir, siempre y cuando ella no sea virgen.
Hay poemas en el Cantar de los Cantares que ensalzan una aventura amorosa entre dos personas solteras, aunque los comentaristas, frecuentemente, urdieron disimular el hecho con tediosos niveles de interpretación alegórica. En diversas partes del mundo cristiano, han predominado distintas actitudes sobre las relaciones sexuales pre-matrimoniales.
En algunas comunidades cristianas, era requisito para el casamiento la prueba de la fertilidad (esto es el embarazo). Éste era especialmente el caso en las áreas rurales, donde la incapacidad de dar a luz hijos que serían los trabajadores del campo, podría significar penurias económicas.
Hoy, muchos adultos solteros, las viudas y los divorciados están volviendo a prácticas “bíblicas”, mientras que otros creen que la relación sexual pertenece únicamente al casamiento. Ambas perspectivas son bíblicas. ¿Cuál es la correcta?

7. Virtualmente, le faltan a la Biblia términos que designen los órganos sexuales, y se contenta con eufemismos tales como “pie” o “muslo” para los genitales, y el uso de otros para describir el coito, como “conocerse”. Hoy, la mayoría de nosotros considera “puritano” dicho vocabulario y opuesto a una correcta referencia a la bondad de la creación. En resumen, no seguimos los usos bíblicos.

8. El semen y el flujo menstrual hacían impuro a todo aquel que lo tocara (Levítico 15: 16-20). Las relaciones sexuales hacían impuro hasta la puesta del sol; la menstruación hacía impura a la mujer por siete días. Hoy, la mayoría de las personas considera al semen y al flujo menstrual como completamente naturales y sólo algunas veces como “molesto”, pero no impuro.

9. En el Antiguo Testamento, las reglas sociales con respecto del adulterio, incesto, violación y prostitución están, en gran parte, determinadas en consideración a los derechos de propiedad de los varones sobre las mujeres. 


La prostitución se consideraba completamente natural y necesaria como salvaguarda de la virginidad de la soltera y los derechos de propiedad de los maridos (Génesis 38: 12-19, Josué 2: 1-7). No se culpaba de pecado a un hombre por visitar a una prostituta, a pesar de que ella misma era considerada como pecadora. Pablo recurre al razonamiento cuando ataca a la prostitución (1ª Corintios 6:12-20); no puede englobarla en la categoría de adulterio (vers. 9). 


Hoy nos estamos desplazando, con una gran turbulencia social y a un alto -pero inevitable- costo, hacia un conjunto de arreglos sociales más equitativos, no-patriarcales, en los cuales las mujeres ya no son consideradas como la esclava del hombre.
También estamos tratando de ir más allá del doble criterio. Amor, fidelidad y respeto mutuo reemplazan a los derechos de propiedad. Hemos hecho, hasta ahora, muy pocos progresos para cambiar el doble criterio con respecto de la prostitución. Al dejar atrás las relaciones de género patriarcal, ¿qué vamos a hacer con el sistema patriarcal de la Biblia?

10. Se presumía que los judíos practicaban la endogamia -es decir, el casamiento dentro de las doce-tribus de Israel. Hasta hace poco, una regla similar predominó en Sudamérica, en leyes contra las uniones interraciales (mestizaje). Durante la vida de muchos de nosotros, hemos sido testigos de la lucha pacífica para invalidar leyes estatales contra los matrimonios entre miembros de razas distintas,y el cambio gradual en las actitudes hacia las relaciones interraciales. Las costumbres sexuales pueden transformarse muy radicalmente aun durante el propio ciclo de vida.

11. La ley de Moisés permitía el divorcio (Deuteronomio 24: 1-4); Jesús lo prohibe categóricamente (Marcos 10: 1-12; Mateo 19:9 atenúa su severidad). Sin embargo, muchos cristianos, en clara violación de un mandato de Jesús, se han divorciado. ¿Por qué, entonces, algunos de estas muchas personas se consideran aptos para el bautismo, la membresía de la iglesia,  la comunión y la ordenación, pero no los homosexuales? ¿Qué hace que los unos tengan un pecado en tanto mayor, especialmente al considerar el hecho de que Jesús nunca haya mencionado siquiera la homosexualidad, pero que, explícitamente, condenara el divorcio? Con todo, ordenamos a divorciados. ¿Por qué no a los homosexuales?

12. El Antiguo Testamento considera anormal el celibato, y 1ª Timoteo 4: 1-3, denomina de herejía al celibato obligatorio. No obstante, la Iglesia Católico Romana lo ha hecho obligatorio para los sacerdotes y las monjas. Algunos moralistas cristianos exigen el celibato a los homosexuales,ya tengan vocación para él o no. Un argumento es que, desde que Dios hizo al hombre y a la mujer el uno para el otro a fin de ser fructíferos y multiplicarse, los homosexuales rechazaron el propósito de Dios en la creación. Por lo tanto, aquellos que afirmen esto, deben explicar por qué el apóstol Pablo nunca se casó - o, en cuanto a eso, por qué Jesús, que encarnó a Dios en su propia persona, era soltero.

Por cierto, el matrimonio heterosexual es normal; de otro modo, la raza se extinguiría. Pero no es normativo. Por otra parte, las parejas sin hijos, las personas solteras y los sacerdotes y monjas estarían infringiendo el propósito de Dios en su creación, -¡como lo habrían hecho Jesús y Pablo!-. En una época de superpoblación, ¡tal vez una orientación gay suene especialmente ecológica!

13. En muchas otras maneras, hemos desarrollado distintas normas de aquellas explícitamente establecidas por la Biblia: “Si unos hombres se pelean, y la mujer de uno de ellos, para librar a su marido de los golpes del otro, extiende la mano y lo toma por las partes genitales, deberás cortarla la mano, sin tenerle compasión” (Deuteronomio 25: 11 y sigs.). Por el contrario, nosotros podríamos, muy bien, aplaudirla.

14. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, consideran como normal la esclavitud y no la condenan en ningún lugar. Parte de esa herencia era el uso de esclavas, concubinas y cautivas como juguetes sexuales o máquinas reproductoras de sus propietarios, a lo que autorizan Levítico 19: 20 y sigs., 2º Samuel 5:13 y Números 31:18 - y como muchos propietarios de esclavos norteamericanos lo hicieron hace unos 130 años atrás, citando estos y numerosos otros pasajes de las Escrituras como su justificación.

El problema de la autoridad
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Estos casos son pertinentes con respecto de nuestra actitud hacia la autoridad de las Escrituras. Con toda claridad, consideramos que ciertas cosas del Antiguo Testamento ya no son valederas. Otras cosas, aún las consideramos como valederas, incluyendo la legislación en el Antiguo Testamento que no se menciona en absoluto en el Nuevo. 


¿Cuál es nuestro principio de selección aquí?
Por ejemplo, los lectores modernos están de acuerdo con la Biblia al rechazar:el incesto, la violación, el adulterio, las relaciones sexuales con animales.Pero disentimos con la Biblia en muchas otras prácticas sexuales.

La Biblia condena las siguientes conductas, que nosotros, por lo general, permitimos:las relaciones sexuales durante la menstruación, el celibato, la endogamia, dar nombre a los órganos sexuales, la desnudez (bajo ciertas circunstancias).Y la Biblia considera el semen y el flujo menstrual como impuros, lo que nosotros no.

Asimismo, la Biblia permite conductas que hoy condenamos: la prostitución, la poligamia, el casamiento por levirato, el sexo con esclavos, el concubinato, el trato de la mujer como propiedad, el casamiento prematuro (para la niña de 11 a 13 años)Y,mientras que el Antiguo Testamento aceptó el divorcio, Jesús lo prohibió, salvo en caso de adulterio.

¿Por qué, entonces, apelamos a someter a prueba los textos de las Escrituras solamente en el caso de la homosexualidad, cuando nos sentimos perfectamente libres para discrepar con las Escrituras en la mayoría de otros temas sexuales?Obviamente, muchas de nuestras preferencias en estos asuntos son arbitrarias.
La poligamia mormona estaba prohibida en este país, a pesar de la protección constitucional a la libertad de cultos, porque violaba los sentimientos de la cultura cristiana dominante. Sin embargo, no existe una prohibición bíblica explícita contra la poligamia.

El problema de la autoridad
 no se mitiga con la doctrina de que los requisitos cúlticos del Antiguo Testamento fueron abrogados por el Nuevo, y que solamente los mandatos morales del Antiguo Testamento permanecen vigentes. Pues la mayoría de estas prácticas caen entre los mandatos morales. Si insistimos en ubicarnos bajo la antigua ley, entonces, tal como Pablo nos lo recuerda, “estamos obligados a observar íntegramente la Ley” (Gálatas 5:3).
Pero, si Cristo es “el término de la Ley” (Romanos 10:4), si hemos sido eximidos de la Ley para servir, no bajo el viejo código escrito, sino en el nuevo código de vida del Espíritu (Romanos 7:6), entonces, todas estas prácticas sexuales quedan bajo la autoridad del Espíritu.
Por lo tanto, no podemos tomar, ni siquiera lo que Pablo dice, como una nueva ley. Los mismos fundamentalistas se reservan el derecho de elegir y tomar qué leyes mantendrán, a pesar de que rara vez reconozcan hacer justamente eso.

Juzguen por ustedes mismos

Me parece que el quid de la cuestión es, simplemente, que la Biblia no tiene ética sexual.
No hay ética sexual bíblica. En cambio, presenta un surtido de costumbres sexuales, algunas de las cuales cambiaron a través del milenio de historia bíblica. Las costumbres son prácticas irreflexivas aceptadas por una comunidad dada. Muchas de las prácticas que la Biblia prohíbe, nosotros las permitimos, y a la inversa, muchas de las prácticas,que la Biblia permite, nosotros las prohibimos. La Biblia conoce solamente una ética del amor, la cual constantemente se aplica sobre cualquier costumbre social que domine en cualquier país, o cultura, o período dados.

La mera noción de “ética sexual”
 refleja el materialismo y el resquebrajamiento de la vida moderna, en la cual de manera creciente definimos nuestra identidad sexual. La sexualidad no puede separarse del resto de la vida. Ningún acto sexual es ético en sí y por sí mismo, sin referencia al resto de la vida de una persona, a sus pautas culturales, a las circunstancias especiales afrontadas y a la voluntad de Dios.

Lo que tenemos son, simplemente, costumbres sexuales, las cuales cambian, algunas veces con sorprendente velocidad, creando dilemas que nos dejan perplejos. Tan solo en el curso de nuestras vidas, hemos sido testigos del cambio de preservar la propia virginidad hasta el matrimonio, a parejas que conviven por varios años antes de casarse. La respuesta de muchos cristianos es meramente añorar la hipocresía de una época pasada.

Más bien, nuestra tarea moral es aplicar la ética del amor de Jesús a todas las costumbres sexuales que estén generalizadas en una cultura dada. Podríamos dirigirnos a jóvenes adolescentes no con leyes y mandatos cuya violación es un pecado, sino mejor con las tristes experiencias de tantos de nuestros propios hijos, que encuentran agobiantes las relaciones sexuales demasiado tempranamente iniciadas, y que reaccionan con un celibato voluntario y aun con la negativa a un noviazgo.

Podemos dar razones sólidas y órdenes incumplibles. Podemos desafiar tanto a los gays como a los heterosexuales a cuestionar sus conductas, a la luz del amor y de los requisitos de fidelidad, honestidad, responsabilidad y genuina preocupación por los mejores intereses de otros y de la sociedad como un todo. La moralidad cristiana, después de todo, no es un cinturón de castidad para reprimir instintos, sino un modo de expresar la integridad de nuestra relación con Dios.
Es un intento de descubrir una forma de vida que sea consistente con la imagen de quien Dios nos creó para que fuéramos. Para aquellos de orientación homosexual, ser instrumentos morales que rechacen las costumbres sexuales que violen su propia integridad y la de otros, y tratar de descubrir qué significaría vivir según la ética del amor de Jesús.

Morton Kelsey va tan lejos como para sostener que la orientación homosexual no tiene nada que ver, como tal, con la moralidad, de igual manera que el ser zurdo. Es, simplemente, el modo como se configura la sexualidad de algunas personas. La moralidad entra en el punto de cómo se ejecuta esa predisposición. Si la viéramos como un don de Dios para aquellos para quienes es normal, podríamos llegar más allá de la acritud y brutalidad que tan frecuentemente ha caracterizado la conducta poco cristiana de los cristianos, hacia los gays.

Por aproximación desde el punto de vista del amor más bien que por el de la ley, la cuestión se transforma inmediatamente. Ahora, la pregunta no es “¿Qué está permitido?”, sino más bien “¿Qué significa amar a mi prójimo homosexual?”. Abordando el tema desde el punto de vista de la fe, antes que de las obras, la pregunta deja de ser “¿Qué constituye una violación de la ley divina en el reino sexual?” y, en su lugar, se torna en “¿Qué constituye integridad ante el Dios revelado en el amante cósmico, Jesucristo?”.
Aproximados desde el punto de vista del Espíritu antes que el de la letra, la pregunta deja de ser “¿Qué mandan las Escrituras?” y se torna en “¿Cuál es la palabra que el Espíritu habla ahora a las iglesias, a la luz de las Escrituras, la tradición, la teología, la psicología, la genética, la antropología  y la biología?”

En una declaración poco recordada de Jesús, dijo: “¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lucas 12:57). Tan soberana libertad sobrecoge de terror los corazones de muchos cristianos; ellos hubieran preferido estar bajo la ley y que se les dijera aquello que está bien.
Con todo, Pablo mismo se hace eco del modo de pensar de Jesús, inmediatamente anterior a una de sus posibles referencias a la homosexualidad: “¿Ignoran que vamos a juzgar a los mismos ángeles? Con mayor razón entonces, los asuntos de esta vida” (1ª Corintios 6:3). La última cosa que Pablo hubiera querido es que las personas respondieran a este consejo ético como una nueva ley grabada en tablas de piedra.
Él está tratando de “juzgar por sí mismo lo que está bien”. Si ahora tenemos nuevas evidencias en relación al fenómeno de la homosexualidad, ¿no estamos obligados a volver a evaluar todo el problema a la luz de todos los datos asequibles, y decidir, ante Dios, por nosotros mismos?¿No es esta la libertad fundamental de obediencia en la cual el evangelio nos pone?

Por supuesto, se puede objetar que este análisis nos ha atraído tan encima de los textos, que se nos ha perdido la visión general de la Biblia.

Con toda claridad, la Biblia considera la conducta homosexual como un pecado, 
y si lo declara así una o mil veces, esto está fuera de propósito. Al igual que algunos de nosotros que crecimos “sabiendo” que los actos homosexuales eran el pecado inconfesable,aunque nadie siquiera hablara sobre él, así toda la Biblia “sabe” que está mal.
Admito sin reservas todo eso.

La cuestión es precisamente si el juicio bíblico es correcto. La Biblia aprobó la esclavitud como buena y, en ningún lugar, la atacó como injusta. ¿Estamos dispuestos a argüir que la esclavitud está bíblicamente justificada hoy?
Hace ciento cincuenta años, cuando la discusión sobre la esclavitud era feroz, la Biblia parecía estar claramente del lado de los propietarios de esclavos. Los abolicionistas eran fuertemente presionados para que justificasen su oposición a la esclavitud sobre bases bíblicas.
Y, todavía hoy, si debieran preguntar a los cristianos del sur de los Estados Unidos si la Biblia aprueba la esclavitud, virtualmente cada uno estaría de acuerdo en que no. ¿Cómo explicamos tan monumental viraje?

Lo que sucedió es que las iglesias fueron finalmente llevadas a penetrar más allá del carácter legal de la Escritura, a un contenido más profundo, expresado por Israel a partir de la experiencia del Éxodo y los profetas, y llevada a sublime encarnación en la identificación de Jesús con prostitutas, recaudadores de impuestos, los enfermos y tullidos y los marginados y pobres. Es que Dios está al lado de los que no tienen poder. Dios libera a los oprimidos. Dios sufre con los que sufren y gime por la reconciliación de todas las cosas. A la luz de esa suprema misericordia, cualquiera sea nuestra posición sobre los gays, el imperativo del evangelio a amar, cuidar e identificarse con sus sufrimientos es inequívocamente claro.

Del mismo modo, las mujeres nos están insistiendo en que admitamos el sexismo y el sistema patriarcal que permean la Escritura y que ha alejado a tantas mujeres de la iglesia. Sin embargo, la salida no es negar el sexismo en la Escritura, sino desarrollar una teoría interpretativa que juzgue aun a la Escritura misma, a la luz de la revelación de Jesús. Lo que Jesús nos da, es una crítica a la dominación en todas sus formas, una crítica que puede volverse sobre la misma Biblia.
Por lo tanto, la Biblia contiene los principios de su propia corrección. Somos liberados de la bibliolatría, la adoración por la Biblia. Ella está restituida a su justo lugar como testimonio de la Palabra de Dios. Y esa palabra es una Persona, no un libro.Con el tamiz interpretativo suministrado por una crítica de dominación, podemos separar el sexismo, el sistema patriarcal, la violencia y la homofobia, que constituyen una buena parte de la Biblia, liberándola así para que nos revele por nuevos caminos la orden de Dios para forzar la liberación de la dominación, en nuestro tiempo.

Un pedido de tolerancia

Lo que más me apena en todo este áspero debate en las iglesias, es qué poco cristiano ha sido las más de las veces. Es característico de nuestro tiempo que los problemas más difíciles de valorar y que han generado el mayor grado de animosidad, son temas sobre los cuales la Biblia puede interpretarse como sosteniendo ambos lados. Me refiero a la homosexualidad.

Necesitamos retroceder unos pocos pasos y ser honestos con nosotros mismos


Estoy profundamente convencido de la exactitud de lo que he estado compartiendo con ustedes. Pero debo reconocer que no es un caso cerrado. Pueden encontrar debilidad en él, tal como yo puedo encontrarla en el de otros. 


Nosotros, en la iglesia, debemos alcanzar nuestras prioridades en orden


No hemos alcanzado un consenso sobre quién tiene razón en el problema de la homosexualidad. Pero lo que es claro, expresamente claro, es que se nos ordena amarnos mutuamente. Amar no precisamente a nuestras hermanas y hermanos gay, que frecuentemente están sentados a nuestro lado en la iglesia, no reconocidos, sino a todos los involucrados en este debate. 

lunes, 18 de julio de 2016

Carta a un joven católico gay

© James Alison 2007. Traducido del inglés por José Pedro Tosaus Abadía.

Esta carta escrita por James Alison en 2007 tiene aún una gran vigencia para muchos, aunque a nivel teórico las cosas hayan cambiado un poco. Pero ... ¡tú dirás!.


Carísimo:
¡Qué privilegio es tener la oportunidad de escribir una carta cuyo destinatario eres tú! Y lo es hasta el punto de que me gustaría saborear durante un instante la palabra “tú” y pedirte que consideres la novedad que entraña, lo abierta que es como forma de dirigirse a otro.
¿Con cuánta frecuencia se han dirigido a ti con la palabra “tú” en una publicación católica? No me refiero a la palabra “tú” en sentido débil, reducida a un verbo en segunda persona singular, como cuando en un anuncio se pregunta “¿Has considerado la posibilidad de seguir una vocación al sacerdocio o a la vida religiosa?”. Porque, en realidad, esos anuncios no quieren decir “tú”. Lo que en realidad quieren decir es “alguien que es como tú en todos los aspectos, pero que casualmente resulta que no es gay, o al menos sabe disimularlo muy bien”. Normalmente, cuando se plantea una discusión acerca de cuestiones gay en publicaciones católicas, el estilo rápidamente se vuelve poco espontáneo y aparece un misterioso “ellos”. Este “ellos” parece vivir en un planeta distinto de aquel en el que tú vives. Quienquiera que hable de “ellos” está, de hecho, en otro planeta, en un planeta donde una extraña falta de oxígeno hace imposible el uso de los pronombres “yo”, “tú”, “vosotros”, “nosotros”. Cuando alguien sí empieza a utilizar dichos pronombres, te das cuenta rápidamente de que lo único que le da la libertad para hacerlo es ser heterosexual y lo bastante sincero como para decir que en realidad no entiende de qué va todo este asunto.
Y aquí estamos, leyendo una publicación católica, parte de esa enorme y fantástica red de comunicación mundial que es uno de los gozos de ser católico; y de algún modo se está permitiendo que suceda algo nuevo. Pues a ti, un católico que da la casualidad que eres gay (signifique esto lo que signifique), se te está dirigiendo como “tú” un católico que es capaz de decir “Yo soy un católico que da la casualidad que es gay, signifique esto lo que signifique”. Yo estoy recibiendo la autorización para hablarte a ti, que eres consciente de tener los comienzos de una biografía en la cual ser gay desempeña un papel. Y se me está ofreciendo la oportunidad de hablarte, no en razón de un cargo oficial, sino como un hermano, un hermano con cierta biografía que incluye ser un hombre abiertamente gay. Se me está dando la oportunidad de dirigirme a ti desde el mismo nivel en que tú estás, como uno que no sabe mejor que tú quién eres, y que ni siquiera sabe demasiado quién soy yo. Sin embargo, se ha producido algo novedoso. Se ha hecho posible que, en una publicación católica perfectamente normal que representa a la corriente mayoritaria, la palabra “tú” se pronuncie de manera abierta, de una manera que resonará creativamente (así lo espero) en tu ser, y que la pronuncie un “yo” cuyo tono se ha visto modulado y estirado por el hecho de vivir como hombre abiertamente gay dentro de la Iglesia católica.
Como todos los cobardes, cuando me vi enfrentado al privilegio de tomar parte en esta comunicación, mi primera reacción fue salir corriendo. Pues un privilegio es una responsabilidad. Y en este privilegio hay algo particularmente imponente, pues sólo hay Uno que puede dirigirse a ti como “tú” llamando a tu “yo” a ser sin reemplazarte ni avasallarte. Y ese Uno es nuestro Señor en persona. Y él obtuvo esa capacidad pasando por la muerte para ser capaz de hablarnos a ti y a mí haciéndonos ser, y de darnos a ambos un “yo” no regido ya por la muerte ni su temor. No hay nada facilón en ser capaz de hablar a otro como “tú” de una manera que llame a ser.
Si existe una diferencia entre el tono de voz con el que te estoy hablando yo y el que estás acostumbrado a oír, es en gran medida accidental, o providencial, dependiendo de cómo lo interpretes. Por- que sí: tú tendrás que interpretarlo, tú tendrás que decidir si yo, que me dirijo a ti como “tú”, puedo hacer tal cosa sólo debido a alguna metedura de pata, a alguna rendija dentro del sistema, o si hay algo del Pastor en esta voz desprovista de autoridad que te habla, algo del Pastor cuya voz conoces, y de la cual no tienes miedo. No puedo pretender en absoluto ser en mi persona un canal de dicha voz. Ninguno de nosotros puede pretenderlo. Podemos abrigar la esperanza de ser utilizados, o ir preparándonos para ser utilizados. Sin embargo, sólo aquellos a los que se dirige cada uno de nosotros puede percibir quién es, qué mezcla de voces es, la que llega cantando a través de nuestras ondas.
Si existe una diferencia, permíteme confesar que se debe a un acto de terquedad, de rebeldía, por mi parte. A una negativa a creer algo. Ése es el “pero” que está en el fondo de mi voz. “... Pero no cabe pensar que el Dios que nos es revelado en Jesús pueda tratar a esa pequeña porción de la humanidad que es gay y lesbiana mandándole mensajes contradictorios, de la manera que la Iglesia ha acabado por hacer. De ninguna manera podría decir: ‘Te amo, pero sólo si te conviertes en otra cosa’, o ‘Ama a tu prójimo, pero, en tu caso, no como a ti mismo, sino como si fueras otra persona’; o ‘Tu amor es demasiado peligroso y destructivo, busca otra cosa a la que dedicarte’”. Y para un católico, un acto de terquedad o rebeldía no parece un punto de partida muy bueno. Suena satánico. A menos, naturalmente, que esta negativa a creer algo esté potenciada por una sensación tan intensa de la bondad de alguien que, si llegaras a creerle capaz de actuar de la manera que se le imputa, le estarías ofendiendo gravemente.
No, no quiero fingir que ser un católico abiertamente gay sea algo fácil u obvio. No lo es. Para empezar, el mero hecho de que desees leer una carta como ésta es un signo de cuántos obstáculos has tenido que superar ya. Tal vez hayas afrontado el odio y la discriminación en tu propio país, por parte de miembros de tu familia, en el colegio, en manos de legisladores ávidos de votos fáciles, con titulares de periódico chillones que laceran tu alma y ante cuya mirada te quedas sin habla en tu propia defensa. Y probablemente hayas advertido que, en el mejor de los casos, la Iglesia que se llama, y es, tu Santa Madre ha guardado silencio acerca del odio y el miedo. Aunque con demasiada frecuencia sus portavoces se habrán rebajado a la categoría de políticos mediocres, prestando su voz al odio al tiempo que afirman defender el amor. El hecho mismo de que a través de todas estas voces llenas de odio, en medio de ellas y pese a ellas, hayas oído la voz del Pastor que te llama a ser de su rebaño es ya un milagro mucho mayor de lo que imaginas, y te prepara para una obra más sutil y delicada que lo que dichas voces podrían llegar a concebir.
Compartirás en todo el desprecio que el mundo moderno siente por la Iglesia católica por mantenerte firme en la fe que se te ha dado –se considerará que tienes poco que ofrecer que merezca la pena–. Y por ser católico estarás siempre a punto de ser considerado una especie de traidor a cualquier proyecto que tus contemporáneos intenten llevar a cabo. No hay en esto ninguna sorpresa: así son las cosas. Sin embargo, tú tendrás que afrontar algo más, pues también serás considerado una especie de traidor dentro de la Iglesia. “No es uno de nosotros más que a medias.” Y ciertamente no serás alguien que pueda representar públicamente a la Iglesia, ser parte visible del signo que conduce a la salvación. Y, ¿cómo podría ser de otro modo? Pues si ser gay es un defecto de creación, como se afirma, el único signo de gracia vinculado con ser gay sería la eliminación de tal condición de aquello que hace que tú o yo seamos.
No te sorprendas, pues, de que sean considerados leales y dignos de confianza quienes siguen toda pista psicológica falsa que imaginarse pueda con vistas a encontrar respaldo científico para la afirmación de que ser gay es una patología. Serán considerados “un signo de contradicción”, de no sucumbir al espíritu de la época. Tú, en cambio, serás considerado un mal católico, si es que se te llega a considerar católico en absoluto. Pues, mucho después de que los grupos evangélicos que dieron origen a la “terapia reparadora” y al movimiento “ex-gay” hayan dejado atrás estas posiciones, y sus dirigentes se hayan disculpado por descarriar a la gente, tales ideas encontrarán adeptos y partidarios católicos, puesto que halagan la actual doctrina de la Iglesia. Pero no tengas miedo a esas ideas ni odies a quienes las propagan. Son hermanos nuestros. El hecho mismo de que estos hermanos entiendan que, si la doctrina de la Igle- sia es verdad, debe tener alguna base en el ámbito empírico de la naturaleza significa que, en última instancia, lo que nos hará libres será la prueba de lo que es verdad en ese ámbito. Ésta será mayor que lo que tú, yo o ellos podemos imaginar en este preciso momento, y nos liberará a todos.
Pero, ¿qué pasa con el largo “entretanto”? Para ti, llamado por tu nombre, lo mismo que para mí, que estoy aprendiendo a recibir un “yo”, ser católico implica una vocación a algún tipo de ministerio, a una especie de actuación creativa, a una especie de imitación pública de la vida y muerte de nuestro Señor. Así pues, no quiero fingir: te encontrarás desempeñando un ministerio, lo mismo que yo mismo me encuentro desempeñando uno, sin ningún respaldo público por parte de la autoridad eclesiástica. Será como si no existieses. Tendrás que aprender a vivir en el silencio de no ser objeto ni de aprobación ni de desaprobación. Caerás fuera del campo de visión de los hombres y, si te pareces en algo a mí, desesperado por conseguir una mirada aprobatoria, experimentarás esto como una forma de muerte. Pues a cada uno de nosotros se nos da ser quienes somos a través de la mirada de otros, y nosotros respondemos a dicha mirada permitiéndole que nos dé ser quienes hemos de ser, y nos comportamos en consonancia. Así, caer a través del suelo hasta un espacio donde no hay mirada, ni aprobación, ni siquiera desaprobación alguna, es una cosa aterradora y arriesgada.
Pues, naturalmente, tal vez yo haya caído a través del suelo hasta el espacio donde no hay mirada alguna porque me he encerrado en mi propio orgullo y autoengaño. En ese caso, no encontraré nunca una mirada, pero bailaré al ritmo de ese engaño, pensando hasta que llegue la muerte que soy muy santo y especial. Ahora bien, si estoy siendo conducido por el Espíritu de Dios, el lugar donde no hay mirada alguna puede convertirse en el espacio donde soy encontrado en la consideración de Dios. Y esto lo experimentaré como una “nada” que me rodea enteramente, y sólo los demás percibirán, tal vez, que hay un “yo” que está siendo llamado a ser por Uno cuyos ojos no puedo ver, pero que puede verme, cuyo aliento no puedo sentir, pero que me sostiene. Y, por supuesto, los demás no entenderán necesariamente más que yo eso que ven que está naciendo.
¿Qué puedes hacer? Tú sigues trabajando fielmente, enamorado del proyecto para el cual fuiste enviado al principio. Pero las comunicaciones se han vuelto gravemente incompletas. Puedes oír en la radio las declaraciones oficiales del organismo. Puedes leer entre líneas el “verdadero” significado de lo que en ellas se dice, pero tú no existes, no tienes línea de comunicación con el cuartel general, no eres nadie. Así las cosas, ¿permitirás que tu ira y resentimiento ante el trato que recibes del organismo te haga dejar de trabajar en el proyecto para el que al principio fuiste llamado y adiestrado? ¿O amas el proyecto de tal manera que estás dispuesto a amar al organismo que ahora te odia, confiando en que, al final, las cosas saldrán bien? Amar al organismo cuando éste te ama es bastante fácil, pero ¿y amarlo aun en el tiempo en que reniega de ti? ¡En ese momento está ahí el dedo de Dios!
Es en este punto donde te instaría, como me insto a mí mismo, a menudo con ánimo desfalleciente, a que veas el privilegio de lo que tenemos. Sí, hay una suspensión de la comunicación con un cuartel general que sólo sabe hablar de un “ellos” y nunca se dirige a un “tú”; sí, o no saben de nuestra existencia, o necesitan la negabilidad creíble para su propio beneficio; pero mientras tanto aquí, en medio de territorio enemigo, podemos seguir edificando, no sólo un pequeño rinconcito de una estructura defensiva, sino la Iglesia católica como tal –toda entera, completa–. Y curiosamente, con menos injerencias por parte de entrometidos que las que se producirían si las líneas de comunicación estuvieran abiertas. Así pues, ¿nos atrevemos a hacer que nuestro amor se extienda edificando sin aprobación, mientras esperamos con ansia el día en que caiga algún muro de Berlín, y la comunicación quede restablecida? ¿Eres capaz de asumir la responsabilidad de eso? ¿Eres capaz de perseverar?
¿Quién sabe, amigo mío, si esta oportunidad de comunicarnos se repetirá? ¿Quién sabe si esto no es más que una irregularidad momentánea en el éter, si los bloqueadores de las ondas de radio católicas conseguirán impedir otro diálogo abierto entre un “yo” católico y un “tú” católico, ambos casualmente gays? ¿O si no habrá algún deshielo en el permanentemente helado terreno eclesiástico, y la charla se hará mucho, mucho más fácil? De una manera u otra, déjame decirte lo que he descubierto en mis años como clandestino en territorio enemigo: no estás solo, y Sus promesas son ciertas.
Un gran abrazo de tu hermano,
James

sábado, 16 de julio de 2016

En la Iglesia NO sobra nadie


Domingo 16 del Tiempo ordinario.
Ciclo C

Gn 18, 1-10ª
Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5
Col 1, 24-28

Lc 10, 38-42

Jesús, "el hombre que amaba las mujeres"

Hasta la llegada de Jesús, la religión era cosa de hombres. Así como el resto de la vida pública. Él, en cambio, no sólo se rodea de mujeres, sino que interactúa con ellas de una forma absolutamente original y contraria a los usos y costumbres de la época. Pensemos que se trata de una sociedad totalmente patriarcal, en la cual las mujeres pasaban de la autoridad –casi propiedad- del padre a la del marido o, a falta de éste, a la del hermano varón o a la del hijo mayor. La viudez sin protector era sinónimo de desgracia y miseria. Y la mujer podía ser inmediatamente repudiada en caso de esterilidad (de la cual era responsabilizada) o adulterio.

Uno de los episodios más "feministas" que protagoniza Jesús es el que tiene lugar en casa de su amigo Lázaro (el mismo al que poco después ordenará levantarse de su tumba), en Betania. Lázaro tenía dos hermanas, Marta y María, que también eran amigas de Jesús. Un día, estando Él de visita, se produce un pequeño altercado, porque mientras Marta iba y venía de la cocina a la sala, atendiendo a los invitados, su hermana María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba absorta sus enseñanzas.

Marta, irritada porque todo el trabajo de "servir" a los hombres recaía sobre ella, le dice a Jesús: "¿No te molesta que mi hermana me deje servir sola? ¡Dile pues que venga a ayudarme!"
Pero no, a Jesús no le molestaba la situación ni se le pasaba por la cabeza mandar a María a la cocina. Su respuesta fue: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada".
La parte que no le sería quitada –pero que hasta entonces la sociedad reservaba al varón- era la del aprendizaje, el estudio y la reflexión.



(Esta entrada forma parte de una nota periodística de Claudia Peiró para el periódico infobae con fecha 27/03/16 y me pareció muy interesante poder compartirla hoy en esta fecha especial).

Destetándose de los propios ídolos.


Tal como venimos publicando desde ayer , nuestro caminar continuará también hoy con las reflexiones de los extractos orientados de “Una fe más allá del resentimiento” de James Alison (ed Herder) sin necesidad de hacerlo -como entonces dijimos- desde el normal ordenamiento de los capítulos del mencionado libro.


Decía Jesús a los judíos que le habían creído: “Si ustedes permanecen en mi palabra, son verdaderamente discípulos míos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.

Esto es crucial. Y es crucial  ya que de alguna manera es como que nos dijera “todos somos partícipes del mismo proyecto de superación de la idolatría, y hemos recorrido un buen camino. Y ahora vamos a ver si soportan dar el próximo paso, un paso que ha de ser difícil ya que cualquier superación de idolatrías exige que cada cual se destete de sus propios ídolos”.

Y este próximo paso no está vinculado a derivar la propia identidad de la adhesión grupal a una ley sino a una cierta escucha fraternal, porque sólo viviendo fraternalmente en un discipulado horizontal se llega a percibir quien es Dios y a descubrir su paternidad. La palabra de Jesús inaugura así una fraternidad que exige igualdad, ya que busca que todos aprendamos a convertirnos en hijos en el Hijo, para así llegar como hermanos a ver a Dios.

Esta manera de ver las cosas nos van librando de chillidos y broncas reaccionarias que en un camino de autocrítica irá convirtiéndonos en verdaderos hijos del Padre. 

¿Cómo reaccionamos frente a las enseñanzas oficiales? ¿Cómo reaccionamos frente a la incapacidad oficial de mantener un discurso oficial en nuestras iglesias? ¿Reaccionamos con resentimiento, consternación o deseo de provocar? ¿Reaccionamos pensando que nuestros hermanos (porque lo son) están atrapados en un lazo de su propia fabricación y que sólo saben apretar la soga que tienen alrededor de su propio cuello?  Si es así es muy probable que también nosotros estemos atrapados en una fraternidad de índole superficial. Tal vez sea que estemos demasiado afectados por la limitación de nuestra propia rabia.

Mientras que los que defienden una doctrina y los que la atacan se encuentren al mismo nivel de dialogo fraticida no se llegará a ningún lugar. O tal vez sí, pero de seguro que ese no será el lugar que nos corresponda.

Sólo tendrá su inicio el intercambio real de opiniones sobre la enseñanza eclesiástica cuando hayamos realizado el duro trabajo de asegurar que tanto nuestro escuchar como nuestro hablar proviene de una mentalidad fraterna, sin que tenga que importar que otros griten o se nieguen a dialogar. Únicamente así seremos capaces de escuchar lo que el Señor quiere que oigamos. Únicamente así desde una verdad particular (la mía o la tuya o la de él) podremos llegar -seguramente de una manera más dura- a conocer la verdad que viene de Dios. Como le sucedió a Jonás.

En mi vivencia personal siempre supe que las palabras de Dios eran palabras de amor, aunque mientras crecía me aferraba a ellas (o al menos trataba) para que no penetraran en mi las palabras de odio que contra mi escuchaba, y que provenían de gente que también hablaba (o decía hablar) en nombre de Dios. Era un mensaje de “se pero no seas; ama pero no ames”. Era un mensaje que escuchaba de mis profesores, de mis padres (aquellos que cuando supieron que yo era gay quisieron hacer de cuenta que no había dicho nada y que todo volvería a ser normal, como antes) , de mis amigos (que también me dejaron de lado con excusas de contagio, como si ser gay fuera contagioso) , de los curas; era un mensaje que de a poco se fue canonizando hasta que llegó un momento que casi no se podía distinguir cual era la voz de Dios y cuál la del mundo. El problema es qué se hace luego con esas palabras escuchadas y cómo uno es capáz de vivir y de obrar de acuerdo a ellas.  

Poco a poco me fui separando de personas y grupos que en teoría eran amigos, pero sin dejar de escuchar esa voz que llegaba a las profundidades con mucha ternura; voz que me hizo sentir otra vez como hijo y no como un prisionero de una mentalidad que había transformado en propia.

Fue esa voz, que me di cuanta que en realidad nunca había dejado de escuchar y que de alguna manera me guiaba hasta la playa como lo hizo con Jonás, que me hizo descubrir la conciencia de ser hijo amado y hermano.

Son tal vez sólo balbuceos pero empiezo a sentir que hemos sido invitados a recuperar algo que es un inmenso valor para todos, y sobre todo para todos aquellos que tienen la necesidad de la voz de Dios  y que sólo les llegará por medio nuestro.

Y no, no me he olvidado de la Biblia. Una de las razones por la que la cuestión gay se ha vuelto importante en los círculos cristianos es que pertenecemos a una generación que encuentra cada vez más difícil leer la Biblia, comprenderla y no sentirse escandalizado por ella. Para aquellos que se ven tentados a dejar de leerla por algunos comentarios que se escucha que ésta dice sobre nosotros, deberíamos tener en cuenta que la lectura debiéramos hacerla desde el único lugar desde qué puede dar fruto, que es el de la compañía del crucificado y resucitado mientras acompaña a los discípulos a Emaús. ¡La Biblia como vulnerabilidad ante Dios y no para protegernos de Dios!

A los que han sido pisoteados por la idolatría de una cierta lectura bíblica se les ha dado el extraordinario placer que conlleva la tarea de regresar de esa aniquilación para hacer así que las Escrituras se conviertan en un instrumento de bien afinado con el que el Espíritu de Dios pueda tañer sus palabras en nuestros corazones.

Lo que con esto quiero decir es que una vez que nos encontramos vivos respirando aire puro aprendemos a respetar lo que nos trajo hasta aquí y a mirar atrás, a nuestro viaje y a los malos tratos que sufrimos... sin resentimiento.

 Dios te llama por tu nombre para dar testimonio de la Verdad.

“Si ustedes permanecen en mi palabra, son verdaderamente discípulos míos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.

Será hasta la próxima.

jueves, 14 de julio de 2016

Con M de Misericordia

Hace un tiempo atrás en el FACEBOOK de éste blog se sugirió la lectura del libro "Una fe más allá del resentimiento" de James Alison.

A raíz de ello hemos decidido de a poco ir caminando en el analisis y la reflexión de éste libro, no necesariamente respetando el orden de los capítulos, para poder comprender un poco más y mejor nuestra fe de personas homosexuales, lejos de lo que muchos llaman el "silencio de Sodoma".



Con M de Misericordia es sólo una reflexión personal en base a la lectura de algunos capítulos del libro, pero también es invitación a una reflexión grupal porque TU palabra dentro de este escrito es también de gran importancia.

Y -para dejar en claro- aunque cite textualmente algunos pasajes es sólo para que no se pierda el espíritu ni el contenido enriquecedor de tales pasajes. 


 Con M de Misericordia



No hay nada de elegancia en habitar un espacio que ha sido tildado histórica, social y teológicamente de irrisorio, en el mejor de los casos, y en el peor de los casos de maligno.

Hace un mes ya que ha sido la masacre de Orlando y desde entonces -como desde antes, porque esto ocurre desde mucho antes- se escuchan voces que salen en defensa de homosexuales y otras tantas que hacen todo lo contrario. El Papa pide perdón (o dice que habría que pedirnos perdón), algunos Obispos (de México y de EEUU por ejemplo) piden más respeto hacia los homosexuales -NOSOTROS- porque no son (somos) cristianos de segunda. De echo hasta se han armado de valor para pedir al Vaticano que se quite (o al menos que se reformule) del Catecismo de la Iglesia Católica (alias CIC o CATIC) el artículo 2357 que  refiere a los actos homosexuales como intrínsecamente desordenados. Y aunque no sea bien visto hasta podemos encontrarnos con algún que otro sacerdote católico que bendice parejas homosexuales. Claro que también nos encontramos con los que de la vereda de enfrente matan gays o rezan para  los “maricas” tengan SIDA o vayan al infierno (por creerse que el Señor Dios de la Vida así lo ha pedido) o, peor aún, no aceptan el cadáver de su hijo muerto (como sucedió en Orlando) porque éste (su HIJO) era gay.

Y todos estos se dicen hombres de fe.

Pero la fe no se nos da para “pertenecer a la iglesia”, sino para entender y AMAR al ser humano. ¡Pequeña diferencia!

Este don de la FE, por tanto, nos debería ayudar a descubrir cómo amar y cómo compartir una dignidad de personas homosexuales (amadas por Dios) que los siglos nos ha quitado, ya que DIOS no tiene nada que ver con la violencia religiosa.

Y como Dios no tiene nada que ver con la violencia religiosa es que debemos descubrirnos verdaderamente amados por Él., porque que Dios se encarnara y viviera entre nosotros supone un verdadero terremoto de Misericordia.

Dicen que una vez hubo un ciego. Este hombre era ciego de nacimiento y, según parece, en aquel entonces todos suponían que era un pecador. De echo hubo quien preguntó a un tal Jesús que por ahí pasaba: “Rabí, quien pecó, para que éste naciera ciego: él o sus padres”. “¿Quién pecó” es la pregunta lógica -diría- porque este razonamiento es común y hasta lo podemos encontrar a nuestro alrededor: se llama culpar a la victima. Si alguien tiene SIDA ha de ser un castigo de Dios por haber tenido una conducta aberrante. Y así pensamos TODOS en algunas situaciones. Pero la actitud de Jesús está muy lejos de esto: y no sólo está muy lejos sino que nos da una lección de subversión de esta mentalidad desde su interior. Lo que él lleva a cabo es una inclusión. Y no sólo desde lo simbólico gestual sino desde la experiencia interpersonal ya que se acerca y le habla de TU. El (“el ciego”) siempre ha sido EL -el otro- hasta que ahora irrumpe con un soy YO. A partir de ese momento le dirigen la palabra y le hablan... aunque claro que a las autoridades les cuesta un poquitín más ya que la existencia de excluidos no supone ningún problema para el orden establecido ya que más bien ese orden depende de ellas. Por eso el primer paso es cerrar filas afirmando la bondad del grupo.

El famoso NOSOTROS y ELLOS donde el ELLOS son los malos y NOSOTROS los buenos; donde “nosotros” somos los justos y  “ellos” los pecadores. Pero el PECADO ahora ya no es un defecto que en principio excluye a alguien del grupo de los justos sino que el pecado es -tengámoslo en cuenta- participar en el mecanismo de expulsión. Los que forman parte del grupo de los justos pensando que ven se hacen ciegos al aferrarse al orden que piensan que tienen que defender. El pecado consiste en RESISTIRSE, en nombre de DIOS, a Su obra creadora que nos quiere incluir a todos.

Es de inmensa importancia que lo que hace sentirse excluidos no tiene nada que ver con Dios sino que es una reacción puramente social. Dios lo que quiere es acogernos y llevarnos a una plenitud de vida que probablemente provocaría el escándalo de quienes son partidarios al orden vigente.

Pero cuidado que las VICTIMAS se pueden convertir en un grupo RABIOSO para excluir a los fariseos que -por cierto- siempre han sido fácil objeto de burla. Y convertirse en un grupo rabioso no nos haría como victimas muy diferente de los rabiosos victimarios. Y esto lo logramos en el mismo instante en que desde un SOY YO comenzamos a aprender a no ser un expulsor, porque dejemos claro que muchos -aun no siendo excluidos- desde el uso de las palabras crean (creamos) una bondad expulsora.

El ser humano nunca puede prescindir del esfuerzo de aprender, poco a poco y en la vida real, a separar las palabras morales y religiosas de ese mecanismo expulsor que exige sacrificios humanos, para hacer que esas palabras sean palabras de MISERICIORDIA que liberen. Y eso significa que el camino hacia la bondad pasa indefectiblemente por la toma de conciencia de nuestras acciones y nuestras propias palabras.

Lo que nos ofrece la fe cristiana en la esfera moral no es una ley ni una forma de mantener una estructura de la supuesta bondad de este mundo, sino un procedimiento para subvertir desde su interior mismo la bondad humana, empezando por nuestra propia bondad. Lo que viene a significar que el primer paso para llevar una vida moral correcta desde un punto de vista cristiano es ser conscientes de nuestra propia complicidad en la hipocresía y caer en la cuenta de lo violenta que ésta puede llegar a ser.

Sigamos pues avanzando e intentemos aprehender día a día un poco más lo que quiere decir “Misericordia quiero” quitando de nuestros esquemas mentales las posibles actitudes violentas de las victimas y los silencios bondadosos de los que excluyen, porque ya no debería haber un orden sagrado que se base en la existencia de una victima más o menos camuflada para que sacrificándola el orden perviva.

El “yo” del hijo de Dios nace de entre los escombros de la idolatría arrepentida.
Porque Dios te ama tal y como eres para que NO te escondas ni te niegues a ti mismo la búsqueda de la integridad y de las virtudes que tú tienes como la persona que eres.

“Ni el pecó ni sus padres - dijo Jesús- sino que esto es para que se manifiesten las obras de Dios en él”. Y las obras de Dios se manifestaron porque al poco tiempo el hombre que ya veía comenzó a hablar sobre las maravillas de Dios en su vida... también a los fariseos y al resto del pueblo... para que también ellos pudieran ver.



miércoles, 13 de julio de 2016

Monseñor Robert Lynch: "Es la religión, incluida la nuestra la que pone en el punto de mira a los homosexuales"


Lanzan una petición al Papa para que revoque el lenguaje homófobo en el Catecismo.


Cameron Doody, 12 de julio de 2016












Robert Lynch, obispo de St. Petersburg, Florida


(Cameron Doody).- En una carta pastoral publicada en su blog -la trascendencia de la cual solo ahora está haciéndose evidente, a un mes de la matanza en un club homosexual de Orlando- el obispo de St. Petersburg en Florida en los Estados Unidos, Robert Lynch, afirmó que las religiones que fomentan el odio hacia los homosexuales -incluido el catolicismo- tienen la culpa de la masacre y de actos de odio o violencia similares.

"Por desgracia, es la religión, incluida la nuestra, la que pone en el punto de mira, sobre todo verbalmente, a los homosexuales, lesbianas y transexuales, y también a menudo alimenta el desprecio hacia ellos", escribió Lynch en esta entrada en su bitácora. "Los ataques contra los hombres y mujeres LGBT plantan hoy a menudo la semilla del desprecio, que se transforma en odio, y finalmente puede conducir a la violencia", continuó en esta misiva el obispo de St. Petersburg.
En vez de avivar el desdén hacia las personas en función de su orientación sexual, opinó Lynch, la auténtica misión de la Iglesia es la de resaltar y celebrar la dignidad de estos individuos como hijos de Dios. "Aquellas mujeres y hombres que fueron asesinados [en la matanza] fueron hechos a imagen y semejanza de Dios", destacó el obispo. "Enseñamos esto. Debemos creerlo ... Señalar a la gente a causa de su religión, su orientación sexual o su nacionalidad debe ser ofensivo para los oídos de Dios", zanjó el prelado.
Colectivos católicos LGBT han recordado hoy, en el aniversario de la masacre, que el obispo Robert Lynch ha sido defensor de los derechos de las personas homosexuales y transexuales durante mucho tiempo. En enero de 2015, por ejemplo -tras la legalización del matrimonio homosexual en el estado de Florida- Lynch firmó una tribuna en el periódico The Tampa Bay Times en la que opinaba que relaciones entre personas del mismo sexo pueden ser marcadas perfectamente por "el amor y la santidad" y pueden contribuir "a la edificación tanto de la Iglesia como la sociedad en general".


Las últimas reflexiones del obispo Lynch, pastor de St. Petersburg, han sido particularmente bien agradecidas por los responsables de uno de los ministerios católicos a las personas homosexuales más grandes de los EEUU, el New Ways Ministry. En una entrada en su blog , Bob Shine recordó que solo 10 de los obispos estadounidenses reconocieron que las víctimas del ataque de Orlando fueron mayormente homosexuales, de entre los cuales Lynch fue el único en admitir la contribución de la Iglesia a la hora de fomentar actitudes homófobas.
Pero quizás el acontecimiento más alentador en la Iglesia a un mes de la masacre en el club PULSE de Orlando ha sido la organización de una petición al Papa Francisco -que ya cuenta con el apoyo de 1.500 firmantes- reclamando la retractación del lenguaje homófobo en el Catecismo. Este manifiesto - que se puede subscribir aquí - reza en parte:

En la lucha necesaria contra el terror [de Orlando], no podemos contentarnos con meras expresiones de dolor o compasión. Es nuestro deber el de combatir, de forma incansable, las causas originarias del desprecio... Papa Francisco: hay algo que puedes hacer contra el odio. Te pedimos que revoques inmediatamente el artículo 2357 (1) del Catecismo Católico Romano, que estigmatiza a la homosexualidad ... Reclamos que la Santa Sede apoye, en las Naciones Unidas, cualquier esfuerzo o resolución a favor de la descriminalización universal de la homosexualidad.

Fuente:  Religión Digital