“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 1 de diciembre de 2013

Adviento, regalo y tarea de paz.

Domingo 1 de diciembre de 2013 
Domingo 1º de Adviento.



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Las lecturas de este primer domingo de Adviento retoman el motivo de los últimos domingos anteriores: el mundo viejo acaba , pero al mismo tiempo ellas anuncian la llegada de un Año Nuevo de Paz, trazando un camino de esperanza que lleva a la “Montaña de Dios”, a la Fraternidad universal de Sión donde, según Isaías 2, hombres y mujeres de todos los pueblos podrán escuchar, aprender y compartir “la ley de la paz”. 

De esa manera, el regalo de la Paz (¡Dios es Shalom) se vuelve tarea de gozo y comunión para los hombres. Hemos aprendido a construir bombas atómicas, hemos sido capaces de explorar casi todas los fuertes y fronteras de la tierra. Ahora nos queda la empresa más fuerte, la más importante: Aprender la lección de la paz y realizarla sobre el mundo. Ése es el don y camino del Adviento que hoy empieza.

Éste es el mensaje central, ésta la esperanza y la tarea del adviento, como en otro plano ha puesto de relieve, estos mismos días, la nueva y sorprendente exhortación del Papa Francisco: Evangelii Gaudium, la alegría de la Buena Nueva del evangelio de la reconciliación universal.
Dios nos invita en Adviento a la alegría de una vida que es gracia (todo es don ), pero que, al mismo tiempo, viene a presentarse como gran tarea: El Dios del Adviento nos llama a su “montaña”, para allí recibir el itinerario de la paz.
Seamos como ese muchacho cargado de globos de colores, que avanza, bicicleta en mano, hacia el horizonte de las ilusiones de la vida.
– Seamos como esa paloma de paz, con el brote de olivo en el pico, para recordar la historia de Noé saliendo del arca del diluvio al ancho espacio de la vida
En esta línea quiero ofrecer hoy mi pequeño manifiesto de Adviento. He presentado estas ideas otras veces en el blog. Pero hoy es un momento especial para hacerlo, con el Papa Francisco, al comienzo del adviento.


La Iglesia está comprometida a ofrecer y enseñar el camino de paz de Jesús, desde los pobres y excluidos, no con pactos de Estado, ni con grandes palabras, sino con el testimonio de su vida. Educar en la paz mesiánica no es para ella algo secundario, una asignatura más, sino su propia esencia. Es importante la doctrina, pero mucho más importante es el testimonio de la Iglesia, que puede y debe presentarse como educadora de paz, no en teoría, sino en la misma calle de la vida, desde los más pobres, como hizo Jesús, iniciando con ellos un camino que lleva a Jerusalén (paz mesiánica). De esta educación para la paz, propia de la Iglesia y de otros grupos religiosos y sociales, depende el futuro de la humanidad. O aprendemos a vivir en (para) la paz o acabamos matándonos todos.
Para educar así en la paz, la Iglesia debe introducir su palabra (introducirse) en el proceso educativo y en la vida social, en la familia y en el mundo y en los medios de comunicación, ofreciendo la alternativa de Jesús encarnada en sus instituciones eclesiales. No se trata de enseñar unos contenidos separados de la vida, ni de una crear una nueva asignatura escolar para los niños, titulada quizá, Educación para la Paz, cosa que puede ser buena (¡mientras los padres seguimos en nuestras guerras!), sino de lograr que los cristianos sean, en particular y como Iglesia, hacedores de paz.


No se puede hacer la paz sin cambio económico y sin superar las instituciones de violencia del Estado y de otros grupos sociales, pero esa superación no se puede hacer por guerra, sino a través de un diálogo entre todos los grupos sociales y con un compromiso especial de los creyentes (los que creen en Dios o en la Realidad suprema, como Paz). No se puede hacer la paz sin un cambio cultural y político… y, sobre todo, sin una transformación radical de las personas.
No hay educación para la paz sin un fuerte desarrollo afectivo y un intenso compromiso a favor de los niños etc. (en esta línea habría que seguir desarrollando todo lo anterior). La educación para la paz no es una asignatura escolar (aunque pueda serlo), sino un proyecto y programa de vida, de niños y mayores, a favor del ser humano, un proyecto que puede y debe expresarse ya como una huelga activa, universal no-violenta, pero muy intensa, en contra de las instituciones y sistemas que se oponen al despliegue de esa paz.
El único realismo es aquí la utopía de la paz. No podemos ser “realistas violentos”, buscando un pacto entre los poderes fácticos (capital, ejército, medios de comunicación…), como se ha venido haciendo, con resultados siempre negativos. Hay que pasar de la política de los pactos a la “ruptura mesiánica de Jesús, a la paz del Monte Sión, fundada en el perdón y la concordia, en el regalo de la vida.

Tiene que tratarse de una insumisión provocadora, como la de Jesús, cuando subió a la Jerusalén armada montado en un asno de paz y entró de esa manera (¡sobre el asno de paz!) en el mismo templo, defendido por la guardia militar de los sacerdotes (cf. Mc 11, 1-11). Sólo si la Iglesia opta de esa forma por una “insumisión provocadora y amorosa”, al servicio de los pobres, en gesto de paz, podrá decirse que ella cree de verdad en su evangelio, es decir, en su oración del Padrenuestro.

Este gesto de insumisión creadora ha de hacerse ya, sin esperar más (este año 2013), culminando así la ruptura del pacto constantiniano, que había vinculado a la iglesia con los poderes políticos y militares (en el imperio romano ambos eran inseparables).
– Antes, quizá, eso no era posible. Sólo algunos profetas como Francisco de Asís veían la necesidad evangélica de superar toda la “política armada”.
– Hoy empezamos a verlo ya todos, sin necesidad de ser profetas, siendo sólo cristianos. En nombre de ellos pido a las iglesias, y en primer lugar a la mía, a la Católica Romana, que rechacen su pacto con las armas, para convertirse en signo y principio de una paz universal.


Para educar así en la paz, la Iglesia debe introducir su palabra (introducirse) en el proceso educativo y en la vida social, en la familia y en el mundo y en los medios de comunicación, ofreciendo la alternativa de Jesús encarnada en sus instituciones eclesiales. No se trata de enseñar unos contenidos separados de la vida, sino de lograr que los cristianos sean, en particular y como Iglesia, hacedores de paz. 

De esta educación para la paz, depende el futuro de la humanidad. O aprendemos a vivir en (para) la paz o acabamos matándonos todos. 

Como he dicho ya, no se puede hacer la paz sin cambio económico y sin superar las instituciones de violencia que nos dominan, pero esa superación no se puede hacer por guerra, sino a través de un diálogo entre todos los grupos sociales y con un compromiso especial de los creyentes (los que creen en Dios o en la Realidad suprema, como Paz).

No se puede hacer la paz sin un cambio cultural y político… y, sobre todo, sin una transformación radical de las personas.


Del blog de Xabier Pikaza.


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