“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 28 de abril de 2013

IGUAL QUE YO. UN AMOR EN ARCOIRIS.

Domingo 5 º de Pascua.


PRIMERA LECTURA
Hech 14, 21b-27

SALMO
Sal 144, 8-13a

SEGUNDA LECTURA
Apoc 21, 1-5a

EVANGELIO
Jn 13, 31-33a. 34-35





En la comunidad cristiana el modelo de amor es el de Jesús y ese amor alcanza su mayor visibilidad en la cruz. En consecuencia todo amor que se vive en esa comunidad tan especial que llamamos cuerpo de Cristo pasa siempre y tiene como modelo el amor de Cristo. Este mandamiento nuevo que no tiene nada de mandamiento ya no es autoreferencial y no toma como paradigma al amor que yo tenga por mi mismo sino que su indicador es el amor de Jesús de Nazaret por aquellos que en el bautismo se han hecho parte de su cuerpo resucitado. El amor en la comunidad cristiana nace de los estigmas que la coherencia de vida y de sueños producen en aquel que ama hasta dar su vida por todos aquellos y aquellas que son profundamente diferentes a él.

El amor que nace de los estigmas de la cruz es el amor en la diversidad reconciliada, el amor al que es paradójicamente diferente a mí porque yo he dejado de ser el referente y modelo del amor. El mandamiento nuevo que no es mandamiento me pide que nos amemos unos a otros y otras tal como nos amo Jesús de Nazaret. Y ese es el amor más extraño y difícil porque la comunidad cristiana ya nunca más podrá ser un club de semejantes e iguales. Es el fin de las comunidades homogéneas unidas por intereses especiales, por color de piel, por idioma semejante, por nivel económico, por cultura parecida. Nunca más una sola voz en la comunidad cristiana, nunca más un solo color, nunca más una sola profesión, nunca más un idioma universal. La comunidad que nace de la cruz es la comunidad del arcoiris, es la comunidad de aquellos que se contemplan a través de la cruz y se aceptan en esa cruz.

Vivir bajo la Palabra es asumir ese desafío del amor que nace en la cruz y que reconoce que su lugar teológico ya no es junto a los iguales, parecidos y semejantes, sino que es en comunión con aquellos que son diferentes, y que a semejanza del amor expresado por Jesús de Nazaret en la cruz, es amor aún por aquellos que pueden ser enemigos y blasfemos.

Para formar parte de la comunidad cristiana el único requisito es confesar que Jesús de Nazaret es el Señor de la vida y de esa misma comunidad. Las mesas y la cruz de Jesús de Nazaret son nuestros modelos de comunidad y por ese modelo estamos llamados a dar nuestras vidas. La comunidad cristiana se forma y se reconoce cuando amamos como Jesús de Nazaret amo a los distintos, es decir a nosotros mismos. Si queremos ser simientes del Reino y servir al Dios del Reino, es necesario reconocer que la comunidad es siempre una gracia que no nos pertenece. El amor en la comunidad cristiana es siempre un milagro porque no podemos explicar porqué amamos a nuestros hermanos y hermanas que son tan diferentes a nosotros. La única explicación y la única razón es porqué Jesús amó incondicionalmente de la misma manera. La comunidad cristiana es pura gracia. Quien se sienta dueño de decidir quién pertenece y quién no es, para decirlo en pocas palabras, un traidor.

El centro alrededor de la cual esa comunidad, cuerpo del Cristo resucitado, siempre es alrededor de la Palabra que produce siempre sacramentos: a los que escuchan por primera vez les conduce al bautismo de muerte y vida renovada. Los que ya han aceptado el compromiso bautismal de Cristo les lleva a la mesa de comunión para hacer visible esa unidad con Jesús de Nazaret que es el camino de unidad y comunión con el hermano y la hermana diferente que está visiblemente a mi lado.

Esa presencia, toda presencia en la comunidad cristiana, es fuente de alegría, agradecimiento y esperanza. Alegría por la presencia de la Palabra que anuncia “paz sea a todas y todos ustedes” mostrándonos sus estigmas para que podamos tomar conciencia de todos los estigmas y en especial lo nuestros propios. Es fuente de agradecimiento porque sabemos que ninguno de nosotros y nosotras es digno de participar de esa comunidad y de esperanza, porque como desterrados, esperamos que se ponga de manifiesto la razón de nuestra unidad.

En la escucha comunitaria de la Palabra, en el compartir el mismo agua y el mismo pan, reconocemos al Cristo que se nos revela y revela a nuestro lado a un pecador reconciliado igual a nosotros y nosotras. Esa es nuestra fuente de alegría y de esperanza. Somos una comunidad de desterrados reconciliados, de diferentes unidos por aquel que nos hace iguales. “Comunión cristiana significa comunión a través de Jesucristo y en Jesucristo. No existe una comunión cristiana que sea más ni ninguna que sea menos que ésta. Desde el encuentro breve, único, hasta la larga convivencia de muchos años, la comunión cristiana es sólo esto: nos pertenecemos unos a otros únicamente por medio de Jesucristo y en El”.

 Para vivir esta comunión como gracia y nunca transformarnos en usurpadores de comunión, es necesario vivirla en esa perspectiva de gracia, de regalo y comprender nuestro amor fraterno como parte de nuestra comunión que nace en la cruz de Jesús de Nazaret. Somos personas justificadas, no por ser ni lindas o lindos, ni limpitos o limpitas, ni por simpáticos o simpáticas. La pura gracia nos ha llamado a ser miembros de este Cuerpo vivo y resucitado, sin derechos, sin títulos de propiedad.




Hijitos míos, estoy todavía con vosotros, pero por poco tiempo.
Os doy este mandamiento nuevo:
Que os améis los unos a los otros.
Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros.
La señal por la que conocerán todos que sois mis discípulos
será el amor que os tengáis unos a otros.



Lisandro Orlov
Pastoral Ecuménica VIH-SIDA
Buenos Aires. Argentina


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