“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 20 de mayo de 2012

Jesús asciende a nuestros corazones


PRIMERA LECTURA
Hech 1, 1-11

SALMO
Sal 46, 2-3. 6-9

SEGUNDA LECTURA
Ef 1, 17- 23

EVANGELIO
Mc 16, 15-20

Ascensión: A la derecha del Padre, en el corazón de los hombres ...

Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres” que aparece en la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua (Mt 28, 20).

Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos los hombres, como cabeza que sostiene y vitaliza el cuerpo de la iglesia (tradición paulina), como vida y luz que alumbra a los creyentes (Juan)... No hay según eso Ascensión, sino profundización pascual, una nueva forma de ser y de actuar, en medio de los hombres.


Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:

a. Subió a los cielos
b. Y está sentado a la Derecha de Dios Padre…

Estas afirmaciones suscitan las preguntas radicales de la experiencia cristiana: ¿cómo pueden sentarse en un mismo trono el Padre Dios y Cristo Humano? ¿cómo pueden suscitar espacio y tiempo común de salvación para los humanos? Está en juego la posibilidad de hablar de Dios, expresando su sentido en forma humana y la posibilidad de que la encarnación culmine en forma salvadora. Pues bien, ambas cosas se han logrado: Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre.

Como supone el esquema anterior, la historia culmina allí donde Jesús se sienta a la derecha del Padre: ha terminado la marcha, parece que sólo queda el silencio cristológico. Pues bien, sobre ese silencio se eleva la más honda palabra y acción de Jesús: no ha subido al cielo para volver a bajar y ascender, conforme al mito del eterno retorno, comenzando de nuevo el ritmo de renacimientos, sino para expandir y mantener su triunfo para siempre, conforme a la visión israelita y cristiana del mesianismo. Cristo ha muerto una sola vez y para siempre, redimiendo a los humanos (Hebr). Por eso, el pasado no vuelve: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (cf Ap 21, 5); la sesión es culmen de la historia salvadora:

– Se ha sentado para descansar.
– Se ha sentado para gozar.
– Se ha sentado para reinar.
– También se ha sentado para juzgar.
– Finalmente, Jesús está sentado para comer y celebrar, en banquete de amor y participación vital.

Así recibe Jesús en intimidad y aperetura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos.


En un sentido, la historia humana tiene su propio espacio y tiempo. Pero, penetrando en su más honda dimensión, ella se arraiga en el misterio de la mutua entrega del Padre y de su Hijo Jesucristo en el Espíritu, volviéndose historia trinitaria. Así podemos afirmar que el Cristo sentado realiza una acción y dos acciones (si se permite utilizar un lenguaje tradicional):

– Realiza una sola acción: ha recibido el don de Dios, se ha entregado en favor de los humanos, culminado su camino, en compañía de amor, a la diestra de Dios Padre.
– Realiza dos acciones, una humana, otra divina, inseparables ambas (forman su única persona), a nivel de eternidad divina (generación eterna) e tiempo humano (historia culminada por la pascua).

Esta es la paradoja, el doble lenguaje de la cristología: la misma historia humana de Jesús (sin dejar de ser humana y temporal) es realidad eterna del Hijo de Dios.


Se ha sentado, ha culminado su camino… pero, al mismo tiempo, está presente en el corazón de la historia de los hombres:

– Fatigado con los que se fatigan
– Llorando con los que lloran
– Es el mismo Jesús de la historia, que se realiza en Dios, a la Derecha del Padre, en amor intenso, en compromiso a favor de los demás.

Ir a Dios (sentarse a la Derecha de Dios) no es abandonar la historia, sino vivirla en plenitud, desde el mismo corazón de los hombres, desde la lucha de la historia.

En un sentido se ha ido, pero ir no significa marcharse, sino quedar en el corazón de la historia, como Cristo y Señor, como amigo y hermano, como aquel que fecunda y pone en marcha la historia de los hombres.

Ascensión: A la derecha del Padre, en el corazón de los hombres ...

Aunque todo parece desmoronarse, Jesús el Cristo está presente.

Fuente: Extractos de Xabier Pikaza Ibarrondo






domingo, 6 de mayo de 2012

Unidos a Jesús, la vid, producimos mucho fruto.



PRIMERA LECTURA
Hech 9, 26-31

SALMO
Sal 21, 26-28,30-32

SEGUNDA LECTURA
1Jn 3, 18-24

EVANGELIO
Jn 15, 1-8






¡Queridos hermanos y hermanas!

El evangelio de hoy, Quinto Domingo de Pascua, se inicia con la imagen de la viña. Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador". A menudo, en la biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando le es fiel a Dios; pero si se aleja de Él, se vuelve estéril, incapaz de producir aquel "vino que recrea el corazón del hombre", como canta el salmo 104 (v. 15). La viña verdadera de Dios, la vida verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente podados por la palabra del Maestro (cf. Jn. 15,2-4), si están profundamente unidos a Él, se convierten en sarmientos fecundos, que producen cosechas abundantes. San Francisco de Sales escribe: "La rama unida y articulada al tronco rinde fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por el amor a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso es que las buenas obras, portando el valor de Él, merecen la vida eterna" (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).

En el día de nuestro bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el misterio pascual de Jesús, en su propia persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. «Si el fruto que debemos portar es el amor, su premisa es este "permanecer”, que tiene que ver profundamente con aquella fe que no abandona al Señor» (Gesù di Nazaret, Milán 2007, 305). Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de Él, porque sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn. 15,5). En una carta escrita a Juan el profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hacía la pregunta: ¿Cómo es posible tener el hombre la libertad, y a la vez no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su trabajo. Por eso es que la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles (cf. Ef. 763, SC 468, París 2002, 206). El verdadero "permanecer" en Cristo garantiza la eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico de Igny: «Oh Señor Jesús, ... sin ti no podemos hacer nada. Porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad excitandam devotionem in psalmodia, SC 202, 1973, 522).

Queridos amigos, cada uno de nosotros es como un sarmiento, que vive solo si hace crecer cada día con la oración, con la participación a los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual. Supliquémosle a la Madre de Dios, para que permanezcamos injertados de forma segura en Jesús, y que toda nuestra acción tenga en Él su principio y su final.

Palabras de Benedicto XVI al introducir el rezo del 'Regina Coeli'.