“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 27 de febrero de 2011

8º Domingo Ordinario

Primera Lectura: Is. 49, 14-15 Yo nunca me olvidaré de ti.
Salmo: 61 Solo en Dios he puesto mi confianza.
Segunda Lectura: Cor. 4, 1-5 El Señor pondrá al descubierto las intenciones del corazón.
Evangelio: Mt. 6, 24-34 No se preocupen por el día de mañana.

Vivimos en un mundo capitalista. Hasta las naciones que eran socialistas o comunistas, por sus propias deficiencias, se están abriendo poco a poco al sistema del libre comercio, que en las últimas décadas se ha convertido en una bestia salvaje que ha venido deshumanizando a hombres y mujeres y los convierte exclusivamente en consumidores. Si hacemos una comparación con los tiempos de Jesús, veremos que la calidad de vida de las personas se ha elevado enormemente, por eso es posible tal comercialización hasta de los sentimientos mismos.

Ya lo hemos dicho antes. No es nada nuevo que todo el tiempo nos estén bombardeando en la televisión, la radio, la Internet, los periódicos, la ropa, los anuncios espectaculares o cualquier otra cosa que nos podamos imaginar con publicidad cuyo objetivo es hacernos creer que necesitamos tal o cual cosa para poder vivir mejor. Y, como el 90% de la población total del mundo recibe únicamente el 5% de toda la riqueza generada, pues habrá que dedicar mucho tiempo para intentar alcanzar ese deseado estilo de vida, aunque solo sea a través del endeudamiento con instituciones bancarias o de créditos que después se convertirán en un martirio ante la falta de solvencia económica. Y entonces nos daremos cuenta que hemos desperdiciado una gran parte de nuestra vida en una carrera inútil que no nos lleva a ningún lado.

Ser católico y vivir en un mundo capitalista podría interpretarse como una contradicción, pues el Señor nos dice que no se puede servir a Dios y al dinero porque se quedará mal con uno o con otro. Pero, ¿qué pasaría si en vez de servir al dinero, hacemos que el dinero sirva a Dios? La comunidad LGBT también se ve terriblemente bombardeada por estereotipos basados en el nivel socioeconómico y de consumo de cada quien. Aparentemente se trata de ser eternamente jóvenes y bellos, con un alto ingreso económico, bien vestidos, sofisticados, guapos, y muy promiscuos.

Esta imagen afecta a la mayoría, y lo más alarmante es que nos hace incomodarnos con nosotros mismos al grado de realizar cosas tan insignificantes como pintarnos el cabello o ponernos lentes de contacto de color. Pero esas pequeñas insignificancias más tarde desembocarán en una cirugía de nariz, una lipoescultura o una dieta que ponga en peligro nuestras vidas. Esto lo harán los que tengan dinero, y no se sentirán felices después de hacerlo, pues seguirán siendo los mismos, pero con la nariz mutilada. ¿Y qué pasa con los que no tienen dinero? Se la pasarán la vida criticando a los demás por sus defectos físicos sin ver jamás que lo importante no está afuera, sino adentro. Y también serán infelices.

Por eso, queridísimos hermanos en la fe, por mucho que vivamos en este sistema capitalista, no nos dejemos convencer por toda esa publicidad. Dejemos de avanzar como ratones en un laberinto y liberémonos. Pongamos toda nuestra confianza en el Señor, que da de comer a las aves del cielo aunque no siembren y viste a las flores del campo aunque no tejan ni hilen.

Tener mucho dinero se ha convertido en una meta de nuestro sistema. La mayoría lo desea con todo el corazón. ¿Pero para qué tener tanto dinero? Tal vez construir una casa nueva con muebles muy bonitos, adquirir la independencia financiera, viajar y ahorrar o gastar mucho en cosas que cuando la vida, que no se puede comprar, nos sea retirada de nuestros cuerpos, no podremos llevarnos a ninguna parte. Sin embargo, hay miles de millones de personas necesitadas en todo el mundo. Están los que sufren el hambre, la sed, la sequía, los desastres naturales, los desastres financieros, las guerras y guerrillas, los enfermos, los pobres, las viudas y los viudos, los enfermos de SIDA, los enfermos de cáncer...

Todas esas personas son menos afortunadas que nosotros (solo el 1% de la población tiene acceso a Internet) y necesitan que los ayudemos. Si el capitalismo se mueve con dinero entonces usemos lo mucho, lo poco o lo casi nada que tenemos para ayudar a la gente. Pero no solo el dinero, sino también todas las demás herramientas que tengamos, como nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestras manos. Se necesita mucho dinero para apoyar a estas causas, sí. Pero también se necesitan muchos voluntarios que se acerquen a ayudar a quien más lo necesita.

Es momento de que hagamos un alto en nuestras vidas para observar y reflexionar en qué forma podemos ayudar a Dios. Por que es posible hacerlo con o sin dinero. Hay tantas personas que necesitan conocer o recordar el nombre de Jesús y sus enseñanzas, así como el valor de su muerte y resurrección, que basta con que empecemos con una sola de ellas para generar un cambio que devolvera al mundo al buen camino. Puede ser el vagabundo que duerme en la banqueta con el pie gangrenado, o el niño que pide una moneda de un peso en los cruceros. Tal vez sea el compañero de trabajo que necesita una palabra de aliento para que mejore su ánimo, o un préstamo sin intereses para completar lo del uniforme o los libros de la escuela de sus hijos.

Para construir el Reino de Dios en el mundo, primero hay que decidir a quien queremos servir. Si a los intereses del mundo que se mueven con dinero o a los intereses de Dios que se mueven con Fe, Esperanza y Amor. Si escogemos esto último, entonces estaremos buscando su voluntad y por añadidura lo demás se nos dará. Por eso, dejémonos de preocupar por todo lo que nos rodea y agobia, abandonémonos en el Señor con confianza infinita. Después de todo, Dios provee bienes temporales y espirituales, siempre lo hace, por que es nuestro Padre y es bueno.

lunes, 21 de febrero de 2011

7º Domingo Ordinario

Primera Lectura: Lev. 19, 1-2. 17-18 Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Salmo: 102 El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: Cor. 3, 16-23 Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.
Evangelio:  Mt. 5, 38-48 Amen a sus enemigos.

Hoy la Palabra del Señor nos da un gran mensaje. Un gran mandato. Algo que de ser obedecido por todo cristiano y desde el corazón acabaría con toda guerra y competencia inútil en el mundo. Porque el maligno se manifiesta de diversas y sutiles formas. Podríamos mencionar muchas de ellas, como la mentira, la falta de amor por uno mismo, la baja autoestima, y por supuesto, el hambre, la guerra, la falta de compasión, el recor, la ira, Etc. Sin embargo, en esta ocasión nos concentraremos únicamente en la homofobia.

Recordemos que la homofobia es el miedo irracional hacia los hombres que abiertamente manifiestan su orientación homoerótica, homopsicológica y homoafectiva. En su versión femenina se llama lesbofobia; contra los bisexuales es bifobia y contra las trasvestis, transexuales y trasgénero es transfobia, por lo que aquí la llamaremos LGBTfobia. Este fenómeno social provoca un gran sentimiento de ira en las personas que lo sufren, y el algunos casos ha llegado a degenerar en violencia y asesinatos de las personas LGBT.

Ha llegado a ser un fenómeno de una gran trascendencia. Se manifiesta en mayor medida conforme se van aceptando y reconociendo los derechos de la comunidad LGBT a nivel legal y social. Ya lo conocemos. El problema con la homofobia radica en que no solo genera ira en las personas que la sienten, sino también en aquellos que son sus víctimas. Se han generado cientos de manifestaciones contra ella en todo el mundo. En la mayoría se escuchan y leen consignas llenas de frustración y agresividad contra la Iglesia, el Estado y todo aquel que sea considerado homófobo. Estas últimas a su vez generan calumnias y ataques renovados hacia lo que han terminado por llamar "el lobby gay".

Estas actitudes no nos van a llevar a ninguna parte. O mejor dicho, a ningún lugar agradable. Aunque falten los cañones, las pistolas y las metralletas, eso es una guerra. Un bando lucha por el reconocimiento de los derechos con que nacimos las personas LGBT. El otro lucha por que esto no suceda y así puedan mantener sus privilegios heterosexistas. Incluso este blog nació como fruto de esa guerra y formó parte de ella durante algunos meses.

Pero el espíritu de la Biblia y del Evangelio en particular nos enseñan que ojo por ojo y diente por diente es una ley humana, anticristiana y estúpida. En cambio, poner la otra mejilla es una muestra de sabiduría y humildad, pero también de dignidad. Todas las enseñanzas de Jesús nos sitúan en un contexto de engrandecimiento de la dignidad humana. Poner la otra mejilla, ceder el manto, caminar otro kilómetro y orar por los enemigos no son acciones  que nos ponen en el papel de corderos que van silenciosos al matadero, sino que son acciones destinadas a sorprender a enemigos y perseguidores para persuadirlos acerca de su actitud de injusticia y opresión.

Todos los seres humanos somos hijos del Padre, por tanto somos hermanos. Nosotros, católicos homosexuales que hemos recibido el Evangelio y las enseñanzas de Dios según la revelación, no nos dejemos sorprender absolutamente por nadie que pretenda interrumpir nuestra relación con Dios. Si la homofobia del Papa, los obispos, o incluso de la catequista de la parroquia nos causa miedo, irritación, angustia o enojo, no seamos reaccionarios. Hablar mal de ellos para tratar de descalificarlos solo significaría legitimar su discurso. Lo más sabio y prudente es ser nosotros mismos y hacer oración por ellos para que vuelvan al redil del cristianismo. Recordemos que comete un gran pecado quien violenta la paz de los hijos de Dios y uno más grande quien llega hasta la violencia física.

La única forma de derrotar al mal de la homofobia es una enérgica lucha en el sentido del bien. Amor a Dios y amor propio; predicar con el ejemplo; educar a la sociedad para que un bien día hasta los partidos de la derecha reconozcan la importancia en el beneficio común que significa aceptar la igualdad de todas y todos. Solo de esa forma, y no descalificándonos mutuamente, es como lograremos el crecimiento de la sociedad orientada hacie el Reino de Dios. solo así se podrá decir que somos católicos y el mundo sabrá que seguimos a Cristo, porque buscamos instaurar su Paz.

Por supuesto, no todo queda aquí. Si la homofobia se detendrá cuando los LGBT aprendamos a ponerle el alto con la otra mejilla, también todos los otros males. No podemos para la guerra, el narcotráfico o la contaminación mientras en nuestras relaciones interpersonales sigamos aplicando la ley del talión. Perdonar es algo que Dios sabe hacer y lo hace diario porque su misericordia es infinita. Pero cuando se trata de que nosotros perdonemos o pidamos perdón a otras personas que nos hicieron daño o se los hicimos, parece que el perdón fuera una actividad exclusiva de la divinidad. Así que ponemos mil trabas y pretextos para hacerlo. Entonces, ¿Cómo podríamos acercarnos a recibir la Hostia Consagrada bajo estas circunstancias? Pues bien, recordemos que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, y por tanto somos partícipes de su divinidad. Perdonar a los que nos ofenden nos acerca más al Padre y nos dispone a una confesión exitosa.

Las Sagradas Escrituras nos previenen sobre el autoengaño y las aparencieas mientras que nos invita a la humildad y el sentido común. Para tener una sociedad sana y santa hay que ser sanos y santos nosotros primero. La oración, el testimonio, y la ayuda de Dios son los instrumentos que nos permitirán lograrlo. Si Dios nos pide que seamos santos porque Él lo es, es porque sí es posible. No nos dejemos engañar por aquel que diga que debido a que nuestra naturaleza es pecadora no podremos alcanzar la santidad. Esa es una capacidad que todos los seres humanos tenemos y un dan que si queremos, todos lo podemos desarrollar. Sólo es cuestión de decidirlo y hacerlo.

Así como la santidad es un don por todos alcanzable, sepamos que el amor, la salvación y la gracia también lo son. Los LGBT también podemos alcanzarlos. Si Dios nos ha llamado a amar a una persona de nuestro mismo sexo, no hagamos caso a los argumentos que le impiden el paso a la expresión de nuestra naturaleza, argumentos que finalmente son de este mundo, y liberémonos de esos prejuicios y preconcepciones  ideológicas torcidos y desordenados por no comulgar con el Amor. ¿Acaso el sol no brilla para justos e injustos y la lluvia no moja la cabeza de buenos y malos? Entonces busquemos la perfección en la manera hemos sido llamados a ella, tal como nuestro Padre Dios es perfecto en su divinidad.

sábado, 19 de febrero de 2011

De Sodoma a la sodomía y a la homosexualidad: cómo se crea la diversidad

Reflexiones del teólogo Norbert Reck realizadas en la Karl-Rahner-Akademie de Colonia (Alemania) el 9 de abril de 2008.

Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo han existido siempre y en todas las culturas, pero la homosexualidad como circunstancia permanente es un punto de vista occidental mucho más reciente y que tiene sus raíces en la teología cristiana.

En otras culturas, las relaciones sexuales entre personas de igual sexo se entendían de un modo totalmente diferente.

Además, no se asociaba a un grupo de personas en concreto, sino que en muchos lugares se consideraba una actividad permitida tanto para hombres como para mujeres.

Tampoco en la Antigua Europa se le daba importancia al sexo del amante. Los estoicos consideraban dicha cuestión como adiaphora, es decir, cosas indiferentes en la vida.

Se creía que el dios Eros inspiraba caprichosamente un particular deseo de amor en los seres humanos, quieres se enamoraban perdidamente de otro ser humano.

Obviamente, a nadie se le hubiera ocurrido la idea de que la humanidad se dividiera en heterosexuales y homosexuales, algo que, en cambio, a nosotros nos parece totalmente ineludible.

Probablemente, un ejemplo interesante es el del bíblico rey David. Sobre él se contaban diversas historias de amor en las que se le relacionaba tanto con hombres como con mujeres.

Los teólogos homosexuales siempre han intentado mostrar a David como “gay”, mientras que los conservadores se han esforzado mucho para demostrar que David era “heterosexual”.

Obviamente, ambas teorías son absurdas. Si realmente queremos poder decir algo acerca de David, entonces debemos aclara que en el mundo de aquella época no existían los modelos de “heterosexualidad” y “homosexualidad”.

David no conocía estas categorías, no sentía siguiendo estas categorías ni vivía según los límites que marcaban. Para él eran decisivas otras normas completamente diferentes.

Pero, ¿cómo pudo nacer, dependiendo directamente del relato bíblico de la destrucción de Sodoma, el término sodomía seguido del concepto de “homosexualidad”?

Permítanme hacer un rápido viaje a través de los siglos para esclarecer algunos momentos de esta evolución.

En el relato bíblico de Sodoma, Lot acogió como huéspedes en su casa a dos ángeles, aunque aparentemente eran dos viajeros. Después de cenar, así se cuenta, se reunieron delante de la casa de Lot todos los hombres de Sodoma, tanto jóvenes como ancianos, que pretendían, como si fuese algo normal, que los ángeles les fuesen entregados para mantener relaciones sexuales con ellos.

Ante la amenaza de violencia que se respiraba en el ambiente, Lot se encontró en un aprieto, por lo que ofreció a la multitud enfurecida a sus dos hijas, todavía vírgenes, para que las violasen a ellas en lugar de a los ángeles.

No obstante, sigue tratándose de abusos sexuales: o a los ángeles o a las hijas. Lot abandonó la ciudad con su esposa y sus hijas, mientras los ángeles pidieron a Dios que destruyese Sodoma y otras cinco ciudades.

Hasta aquí el relato. Evidentemente resulta difícil extraer una moraleja ética para valorar las actividades sexuales. En el centro del relato ¿no está quizá el hecho de que los ángeles tengan aspecto humano? ¿Es ético ofrecer a tus propias hijas para que las violen? ¿Hubiera hecho Lot lo mismo con sus hijos varones?

¿No se trata, más bien, del antiguo precepto de proteger al forastero, incluso a costa de sacrificar a las hijas del anfitrión?

Además, debe señalarse que en este relato finalmente no se comete ningún acto de violencia y, sin embargo, ¡Sodoma fue destruida igualmente! ¿Por qué? ¿Tal vez la ciudad fue castigada por algo que no hizo? ¿O más bien se entiende otra cosa por “pecado de Sodoma”?

El hecho de que en este relato se señale la “homosexualidad” como una “grave depravación”, como reza el Catecismo de la Iglesia Católica (Cat. Igl. Cat. n. 2357) es realmente absurdo.

No se habla de esto en absoluto. Es interesante saber qué idea se hicieron de este relato ya en aquella época bíblica. De hecho, otros muchos escritos bíblicos se hicieron eco de la historia de Sodoma.

En la reacción hebrea a este relato que podemos leer en el Antiguo Testamento, no surge en absoluto el posible aspecto sexual.

En el libro del profeta Isaías (3, 9) y en el del profeta Jeremías (23, 14), el pecado consiste en la arrogancia de los habitantes de Sodoma, mientras que para el profeta del libro de Ezequiel (16, 49f), la maldad de los sodomitas radica en el hecho de negar la ayuda a los pobres.

Solo se hace referencia al aspecto sexual más tarde, en el Nuevo Testamento (2P. 2:10; Juan 7-8). Se habla de los «deseos inmundos del cuerpo». Sin embargo, los autores de este escrito tardío del Nuevo Testamento entendieron el relato de Sodoma como una condena de las relaciones entre personas del mismo sexo, lo cual no parece una decisión inocente.

No obstante, entre los autores eclesiásticos y canónicos se entrevé gradualmente un creciente interés por el aspecto sexual de este relato, como son los casos de Ambrosio en el siglo IV y de Agustín en el siglo V (aunque debemos añadir que este último estaba más bien interesado por el problema de las «pasiones desordenadas» que por los actos entre personas del mismo sexo).

No es hasta el S. VII cuando Gregorio Magno († 604) insiste en una interpretación inequívocamente sexual del relato de Sodoma: para él Sodoma es la quintaesencia del castigo de Dios causado por el pecado de la carne (scelera carnis).

Sin embargo, los teólogos cristianos no saben a ciencia cierta qué es eso del «pecado de la carne». En el S. XIII, cuando el obispo imperial Bucardo de Worms hablaba del pecado «a la manera de los sodomitas» se refería específicamente a la relación anal entre dos hombres.

Aun así, nunca se le habría ocurrido considerar «sodomítica» la masturbación entre dos hombres. Esta práctica aparecía en su libro penitencial aunque no relacionada con la sodomía. En cambio, otros autores calificaban de «sodomitas» otro tipo de actos completamente distintos. En muchos casos se trataba de una expresión genérica para tipos de relaciones sexuales que se consideraban «contra natura».

Ocasionalmente, los actos sexuales entre un hombre y una mujer eran tachados de “sodomitas” si su fin no era la procreación.

Si se leen sin prejuicios los antiguos textos teológicos, se debe reconocer que cuando se habla de «sodomía» no siempre se alude a los actos sexuales entre personas del mismo sexo. No debemos caer en asociaciones de conceptos estereotipadas.

No obstante, la historia llega a un importante punto de inflexión cuando Pedro Damián entra en escena en el S. XI. Pedro Damián es el representante de la reforma gregoriana, un ardiente defensor del celibato sacerdotal y un acérrimo enemigo del «vicio sodomítico».

Lo que le enfurece tanto es la sensación de que este vicio se iba difundiendo cada vez más entre las órdenes religiosas, entre los sacerdotes y en la sociedad y que ello no incomode al parecer a casi nadie excepto a él. Por este motivo escribe una larga carta al papa León IX, un ensayo titulado Liber Gomorrhianus (1049).

Pedro Damián consideraba que el vicio sodomítico se debía castigar mucho más severamente de lo que preveían los libros penitenciales de la Iglesia. Sus peticiones abarcaban desde la destitución de los sacerdotes sodomitas hasta la pena de muerte.

En esa época, las demandas de Pedro Damián no tuvieron éxito y solo 130 años más tarde el Tercer Concilio Lateranense (1179) aceptó algunas de ellas. Por consiguiente, hay que esperar hasta el s. XII para la primera toma de posición de un concilio válida para toda la Iglesia.

Hasta entonces había habido, en el mejor de los casos, declaraciones esporádicas de sínodos regionales.

En la carta al papa León, Pedro Damián regala al mundo un nuevo vocablo: sodomía. Hasta entonces se había hablado del «pecado de Sodoma», del «vicio sodomítico» y de «actos a la manera de los sodomitas», y con el término sodomitas se aludía nada más que a los habitantes de Sodoma.

Ahora, sin embargo, Pedro Damián acuña la palabra sodomía y lo hace en consciente analogía con el término blasfemia. «Si la blasfemia es el peor de los pecados», escribe, «no sé cómo la sodomía puede ser mejor».

Desde el principio, la palabra sodomía no tiene una connotación neutra que indique simplemente una cosa, sino que designa un pecado grave.

De Pedro Damián en adelante, sodomía se convirtió en el término genérico para todos los tipos de actos sexuales entre hombres.

Pero así entra en juego una nueva significación: los sodomitas ya no son los habitantes de la ciudad de Sodoma en el Mar Muerto ni tampoco los que hacen aquello que se atribuye a los habitantes de Sodoma.

Ahora, los sodomitas son más bien los portadores de la marca de sodomía. Esto significa que los sodomitas ya no son personas que por los más diversos motivos y en diferentes condiciones cometen actos que muestran una cierta semejanza, sino que son personas que cometen sodomía.

Por eso, a partir de unos actos más o menos definidos nace un tipo concreto de persona, una persona distinta.

Con una simple analogía puede comprenderse el cambio que se produce en el modo de valorar los diferentes conceptos: imaginen que de aquí en adelante a los ladrones no se les llame así sino cleptómanos.

De repente ya no son personas que han hecho algo malo y que pueden reformarse, sino un grupo de personas con una clara tendencia, personas que no pueden ser otra cosa que criaturas enfermas a las que se compadece.

De todas formas, estos cleptómanos serían totalmente diferentes de nosotros, no tendrían nada que ver con nosotros y, tratándose de otro tipo que gente, en su conducta no estaría incluida la pregunta de si nosotros nos comportamos siempre de una manera recta.

Lo mismo sucede con la sodomía. Se hace de un grupo de personas un determinado modelo perfectamente definible con respecto a las personas «normales».

Todo lo que uno no quiere admitir de sí mismo (dado que al fin y al cabo todas las personas viven ocasionalmente una «confusión de sentimientos»), se proyecta sobre el grupo de los «otros», los sodomitas, y ya que estos «otros» son de por sí diferentes, otro tipo, otra raza, con el tiempo se les cree capaces de cualquier cosa.

En el s. XIII, por ejemplo, Pablo de Hungría utiliza continuamente el término sodomía y para él es evidente que estos otros, los sodomitas, son los culpables de penurias, pestes y terremotos.

Y en su condición de «otros», en el tardomedievo los sodomitas pertenecen junto con las brujas y los judíos a la tríada de los enemigos de la cristiandad. Cada vez más a menudo se les representa con características diabólicas.

Naturalmente, todo esto no tiene lugar en un ámbito puramente ideológico. El trasfondo social está marcado por las alteraciones que surgen con fuerza en el s. XIII: nacen las ciudades, la población abandona los vínculos familiares para buscar fortuna en la ciudad, se crean nuevas formas de actividad económica, muchas personas empobrecen y se genera mucha inseguridad.

Parece que la familia ya no puede ofrecer ninguna seguridad y, por eso, la teología reacciona con una auténtica oleada de escritos que exaltan el matrimonio y con la sacramentalización del matrimonio en el Concilio de León II en 1274.

En esa misma época en Siena, Bolonia, Florencia y Perugia, se ciega, se castra y se quema en la hoguera por primera vez a los «sodomitas».

Sin embargo, no se debe llegar a la conclusión de que desde entonces la Iglesia ha actuado siempre del mismo modo. Ha habido épocas en las que la sodomía no ha sido un problema. Ha habido papas y teólogos que no se han interesado por el asunto. Aunque Tomás de Aquino haya asociado la sodomía al pecado capital de la lujuria siguiendo la doctrina eclesiástica, no le ha dedicado al tema más de un par de líneas en su enorme obra.

Pero lo que todavía permanece en nosotros desde la Edad Media es la idea de que la práctica de la sodomía hace de un ser humano un «sodomita», alguien que pertenece a otra especie.

Esto es, en efecto, producto de la teología cristiana. Sin esta idea probablemente no se habría llegado a fines del S. XIX a la aceptación inmediata del concepto igualmente presentado pero más difundido de «homosexualidad».

La homosexualidad no es simplemente una analogía moderna de la sodomía medieval. Al acuñar el término en 1869, el escritor austriaco Karl Maria Benkert albergaba esperanzas de liberación.

Sustituyendo el concepto teológico por una expresión científico-médica vacía esperaba eliminar el juicio moral. Para Benkert, la homosexualidad era una condición, algo natural.

Los homosexuales no podían rehuir esa condición y, por eso mismo, la homosexualidad no puede ser un pecado.

Benkert pensaba y razonaba conforme a la mentalidad de los siglos XVIII y XIX y entonces estaba de moda buscar un origen biológico para todas las diferencias entre seres humanos y para todas las variedades de comportamiento.

Lo mismo valía para las mujeres, los judíos y los negros y, a la par que se establecían diferencias biológicas, se decretó que por la misma razón no se podía conceder la igualdad a estos grupos, ni mucho menos la igualdad de derechos.

Esto se consideró el último grito en ciencias naturales pero, en cambio, hoy nos parece más bien un prejuicio racista del S. XIX.

A pesar de todo, el concepto de «homosexualidad» ha recorrido un largo camino. Hasta hoy, se lo ha considerado como la única designación seria del fenómeno de la sexualidad orientada hacia personas del mismo sexo.

Pero por esta misma razón perdura todavía la problemática «conquista» de la teología medieval: la diferencia esencial de los sodomitas reside en la diferencia piscobiológica de los homosexuales.

Indudablemente, hoy día vivimos en un clima social muy liberal, pero la idea de que los homosexuales sean de alguna manera diferentes, ya sea por causas hormonales o genéticas o bien por anomalías psíquicas adquiridas durante el desarrollo, está firmemente anclada en el pensamiento de la mayor parte de las personas del mundo occidental.

Esta diferencia predeterminada mantiene viva una línea divisoria que puede acentuarse de repente en caso de que cambie el clima social.

Por todo ello, creo que el reconocimiento liberal de la diversidad gay o lésbica no se ha distanciado lo suficiente de Pedro Damián. Sería deseable, en vez de eso, la convicción de que las diferencias entre «homosexualidad» y «heterosexualidad» son artificiales y arbitrarias.

Sabemos, al menos a partir de Freud, que todo ser humano también experimenta sentimientos hacia su mismo sexo, si bien no todos estos sentimientos son percibidos y vividos.

Pero si los seres humanos que llevan vidas por lo demás «normalmente heterosexuales» descubren ocasionalmente en ellos estos sentimientos, pueden desencadenarse el miedo y el pánico, esto es, el pánico de pertenecer a este «otro tipo» al que nuestra cultura le atribuye sentimientos similares.

Y este pánico se manifiesta además en gestos de demostración pública con el objetivo de marcar las distancias («¡Yo no soy uno de esos!»), en vehementes palabras y también bastante frecuentemente en violencia física contra gays y lesbianas, es decir, contra aquellos que se han tomado la libertad de vivir estos sentimientos que probablemente la mayor parte de las personas también percibe en cierto grado.

Es evidente que yo veo las raíces de la homofobia y de la violencia homofóbica en la creación de la diferenciación originada por el concepto de sodomía y homosexualidad.

Por este motivo, sería importante que nos liberásemos gradualmente de esta dicotomía hetero-homo aprendiendo a convivir con todos nuestros sentimientos y a no desechar una parte de ellos como si no fueran adecuados.

Está claro que esto no sucede de la noche a la mañana, pero espero que antes o después superemos la herencia dañina de Pedro Damián.

* Norbert Reck es redactor jefe de la edición alemana de la revista Concilium y enseña teología y filosofía en la Katholischen Stiftungs-fachhochschule de Múnich. Es guionista radiofónico, supone un referente en las actividades educativas de carácter religioso de algunos periódicos y ha publicado numerosos libros sobre teología.

Los voluntarios de Gionata.org dan las gracias al teólogo Norbert Reck por haber permitido la traducción y publicación de este artículo.

Sacerdotisas, celibato y homosexualidad

Estos son sin duda tres de los temas que hoy consideramos intocables e inamovibles en nuestra Iglesia, y que tal como dijo el científico Galileo: "sin embargo se mueve"

Un tercio de los teólogos católicos de habla alemana piden una profunda reforma de la Iglesia y el fin del celibato.
El País     04 de febrero de 2011

Cerca de 144 teólogos católicos de habla alemana han firmado un manifiesto que pide una reforma profunda de la Iglesia católica y el fin del celibato. Son intelectuales católicos, hombres y mujeres, de las universidades más reconocidas que no quieren quedarse callados frente a la crisis abierta el año pasado por el escándalo de los abusos sexuales a menores ocultados durante años en el seno de la Iglesia. Piden un cambio y encuentran una herida abierta.
 
Según informa hoy el diario Süddeutsche Zeitung , cercano al centro izquierda, un grupo de ocho teólogos escribió el documento, que contiene, detallados, los puntos de una reforma radical: la inclusión de las mujeres como guías espirituales, el fin del celibato obligatorio, la participación de los fieles en la elección de los obispos y el fin del "rigorismo moral". Se habrían quedado contentos con recopilar unas 50 firmas, según dijo al diario alemán Judith Könemann, de la Universidad de Münster. "Evidentemente hemos tocado un nervio", señaló.

Se trata del alzamiento más importante contra la cúpula de la Iglesia católica desde hace 22 años, cuando 220 teólogos suscribieron en 1989 la llamada Declaración de Colonia, crítica con el gobierno de la Iglesia ejercido por Juan Pablo II.

Entre los 144 firmantes del documento actual hay algunos nombres ilustres: desde el profesor Michael Albus de Friburgo hasta Reinhold Zwick, de la Universidad de Münster. Figuran al mismo tiempo algunos reconocidos profesores eméritos como Peter Hünermann y Dietmar Mieth de Túbinga, junto a históricos defensores de la necesidad de una reforma en la Iglesia católica como Heinrich Missalla (Essen) y Friedhelm Hengsbach (Francfórt), y a conservadores como Eberhard Schockenhoff. Hay muchos más que en privado admiten que encuentran positiva la iniciativa pero que están haciendo carrera y prefieren no firmar el documento. 144 firmas equivalen a un tercio de los 400 teólogos católicos de habla alemana.

El texto es cauteloso, toca numerosos aspectos y hace un llamamiento a los obispos para un diálogo abierto. "Sentimos la responsabilidad de apoyar un verdadero nuevo inicio", argumentan los teólogos al apoyar su tesis central de que la Iglesia puede promulgar la palabra de Jesús solo, "si ella misma es lugar y testigo del mensaje de libertad del Evangelio".

La participación de los fieles, cada vez más alejados, es uno de los puntos en los que se centran las reflexiones de los intelectuales alemanes. Entre los retos incluyen la necesidad de "mayores estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia" y la participación de los fieles en la elección de sus obispos y párrocos. Asimismo, se percibe la preocupación por la falta de curas jóvenes, un problema que se podría resolver a través de la inclusión de "sacerdotes casados y mujeres en el oficio eclesiástico". La "elevada valoración" del matrimonio y del celibato suponen además, según el manifiesto, "la exclusión de personas que viven el amor, la fidelidad y la preocupación mutua" en una relación estable de pareja del mismo sexo o como divorciados casados en segundas nupcias.

Como consecuencia del escándalo de los abusos sexuales llevados a cabo y ocultados en estructuras católicas durante años, el documento destaca la importancia de mejorar "la defensa legal y la cultura del derecho".

lunes, 14 de febrero de 2011

¿Qué puede matar al amor?

Hubo una vez en la historia del mundo un día terrible en el que el odio, que es el rey de los malos, convocó a una reunión urgente con todos ellos. Todos los sentimientos negros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano llegaron a esta reunión con curiosidad de saber cual era el propósito.

Cuando estuvieron todos hablo el Odio y dijo: "los he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo todos se preguntaban entre si quien seria tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que maten al Amor", dijo. Muchos sonrieron malevolamente pues más de uno le tenía ganas.

El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto, provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará". Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el reporte del Mal Carácter quedaron tan decepcionados. "Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante".

Fue entonces cuando muy diligente se ofreció la Ambición que, haciendo alarde de su poder, dijo: "En vista de que El Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviare la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo ignorará". Y empezó la ambición el ataque hacia su víctima quien efectivamente cayó herida pero despues de luchar por salir adelante renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio, por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar al amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas. Pero el Amor confundido lloró, y decidió que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos y los venció.

Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la Frialdad, al Egoísmo, a la Cantaleta, La Indiferencia, la Pobreza, La Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. El Odio convencido de que el Amor era invencible les dijo a los demás: "Nada que hacer. El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos".

De pronto de un rincón del salón se levanto un sentimiento poco conocido y que vestía todo de negro con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte: "Yo mataré al Amor", dijo con seguridad. Todos se preguntaron quien era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo, "ve y hazlo".

Tan solo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después de mucho esperar que, por fin, ¡EL AMOR HABÍA MUERTO!. Todos estaban felices pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro hablo: "Ahí les entrego al Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más se marchó.

"Espera", dijo el Odio, en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quien eres?. El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "¡SOY LA RUTINA!".

Ahora, piensa en todo el amor que tienes para dar a las personas alrededor tuyo, todo lo que "puedes" hacer por ellos, todo lo que "quieres" hacer por ellos y que, por alguna u otra razón no lo has hecho! No dejes que la "rutina" mate al amor que hay en ti. Note imaginas lo poderosa y dañina que "ella" puede ser.

¡Festeja al amor todos los días, no solo el 14 de Febrero que todo es negocio!

domingo, 13 de febrero de 2011

6º Domingo Ordinario

Primera Lectura: Ec. 15, 16-21 Dios no ha dado a nadie permiso de pecar.
Salmo: 118 Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Segunda Lectura:  Cor. 2, 6-10 Predicamos una sabiduría misteriosa prevista por Dios antes de los siglos, para conducirnos a la gloria.
Evangelio: Mt. 5, 17-37 Han oído lo que se dijo a los antiguos, pero yo les digo...

Demos gracias a Dios y glorifiquémoslo porque nos ha salvado. Retiro de nosotros el yugo pesado de las leyes humanas y dejó escritos en nuestro corazón los cálidos preceptos de su Ley.

En el principio fue necesario dar a Moisés preceptos que son una carga muy pesada, tales como no comer carne de puerco, no comer sangre de animales, lapidar a los hijos desobedientes hasta la muerte, no segar hasta la orilla del campo ni recoger las espigas caídas, no sembrar el campo con dos especies distintas de grano, no usar ropa de dos clases de tejido, no tener relaciones con una mujer en periodo de regla, no tener relaciones sexuales con personas del mismo sexo o ejecutar sacrificios rituales con algunos animales. Sin embargo, todas estas cargas fueron dadas a un pueblo que necesitaba ser disciplinado para poder sobrevivir.

Y Jesús vino precisamente para quitar los preceptos innecesarios, los que resultaban una carga innecesaria para los hombres de la Iglesia Universal y vino a hacer valer esa sabiduría antigua que nos es revelada por el Espíritu, que conoce a Dios mismo y que nos ha hecho saber que es Amor. Por lo tanto, todo aquel que piense que la Ley de Dios permite odiar, violentar o violar a la persona y sus derechos, desengáñese. Es momento que los cristianos nos vayamos dando cuenta que vivimos en la plenitud de los tiempos y la Ley de Dios no es otra cosa que la Ley del amor.

Hemos tenido maestros que nos enseñan el valor y el alcance de la Ley. Entre ellos se encuentran el Papa, los obispos, los presbíteros, diáconos y teólogos. Los conocemos, sabemos cual es su actuar. Tomémolos de ejemplo, pues nuestra justicia debe ser mayor que la de ellos. Eso es lo que nos dice Jesús en el Evangelio. Y en ningún lugar nos pide que odiemos o que realicemos actos que atenten contra la dignidad y bienestar de las personas, sino que, por el contrario, luchemos por ellos y entendamos que todos los seres humanos somos sagrados en la medida que somos hechos a Su imagen y semejanza y estamos sostenidos por Su aliento.

Es una decisión personal. Hasta el ser humano menos entendido en estas cuestiones sabe entender la Ley de Dios. Así como el Señor nos ha dado libre albedrío, así es nuestra responsabilidad cumplirla o dejarla de cumplir. Tal como nos dice el libro del Sirácide/Eclesiástico: "El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua; extiende la mano a lo que quieras". Naturalmente, sabemos que quien escoja el fuego se quemará la mano. ¿Y quién en su sano juicio escogería el fuego? Pues bien, preguntémonos porque hay gente que en su sano juicio se atreve a despreciar a los homosexuales y a las parejas del mismo sexo establecidas de forma legal. O más aún, preguntémonos porque si se dicen seguidores de la Palabra se atreven a insultar y hacerlos sentir mal. ¿Es que tal vez no conozcan el pasaje del Evangelio de hoy en el que Jesús nos dice "el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo"?. Y como la justicia divina no se hace esperar, reflexionemos sobre cuál será ese fuego, acaso el sentimiento del odio que se genera en el pecho y que puede causar tantas sustancias nocivas para el cuerpo.

Así pues, que los gays sepamos escuchar al Espíritu de Dios. No escuchemos lo que nos dice la sociedad, puesto que es siempre confuso, más bien consultémos al Señor para estar bien seguros que nuestro estilo de vida no le ofende. Porque tarde o temprano Él nos lo hará saber. Y entonces viviremos con alegría. Entre nosotros hay muchos que han sido llamados a la castidad; que ellos la ejerzan como regalo del Señor. Otros han sido llamados a la vida de pareja; que la ejerzan con toda alegría luego de haber experimentado con unos o con otros, siempre respetándose a si mismos y a la otra persona, y cuando ya estén seguros de que son el uno para el otro, sean fieles, para evitar cometer adulterio; en este caso la fidelidad es simplemente voluntaria. Que quien ha sido llamado al servicio de Dios, acuda prestamente sin dudar. Cuando Dios llama hay más de una forma de acudir a su llamado.

Y finalmente que quien no haya sabido discernir todavía su vocación, si anda todavía por el mundo, sepa cuidar y respetar a toda la humanidad. Que quien tenga una vida promiscua se cuide usando el condón y sabiendo perfectamente con quien se mete, para evitar contagios o infecciones sobre su propio cuerpo o el de la otra persona. Porque eso también debe ser una forma de amar a Dios. No, no es permisividad, es un ajustarnos a la situación de nuestra vida y saber actuar con responsabilidad. Pues mientras crecemos, algún día desaparecerá el comportamiento peligroso, pero si nos infectamos, por ejemplo, de VIH, el virus siempre estará en nuestra sangre con las consecuencias sabidas.

Así que luchemos por hacer valer la Ley de Dios, protejamos a los más débiles y ocasionemos que los más fuertes nos protejan. Hagamos de este mundo un lugar digno para vivir y cada vez que vayamos a hacer una cosa o decir algo, pensemos si va en consonancia con la Ley de Dios, es decir, pensemos si a Él le agradará porque va a ser un acto de amor que establecerá la paz, el bienestar o la misericordia de los seres humanos y de toda la creación.

jueves, 10 de febrero de 2011

Santa María (San Marino de Alejandría)

Santa Marina (de rojo) llevada al monasterio por su padre.
Marina el Monje (a veces conocido como Pelagia, María de Alejandría, Marinus, Marinos) fue una Santa del norte de Líbano. Su festividad es el 12 de febrero en el calendario oriental.

Era hija de un rico caballero cristiano llamado Eugenio. Su madre murió cuando era muy joven y fue criada por su padre, que quería separarse y vivir en un monasterio situado en Qannoubine (Líbano), después de haber encontrado un marido para su hija. Cuando la joven supo el plan de su padre, le preguntó que por qué tenía la intención de salvar su propia alma y no la de ella. Su padre no sabía qué hacer con ella por ser una niña. Maria sugirió entonces usar ropa de hombre e ir con él a vivir en el monasterio, y diciendo esto, inmediatamente se cortó el cabello y cambió de ropa. Cuando su padre vio que hablaba en serio, distribuyó su riqueza a los pobres, cambió el nombre de su hijo por el de Marino y se fue a vivir al monasterio, compartiendo una celda con ella.

Después de diez años de oración, ayuno y adoración su padre murió, dejándola sola. Marina aumento su nivel de ascetismo para ocultar el hecho de que era mujer. Todos a su alrededor suponían que la delicadeza de su voz y su aspecto eran debido a sus largos períodos de oración y vida ascética rigurosa.

Un día, el abad la envió con otros tres monjes para atender algunos asuntos del monasterio. Como el viaje era largo, se vieron obligados a pasar la noche en una posada. Por ese entonces, uno de los soldados del rey se alojaba en este lugar y estaba enamorado de la hija del dueño, pecó con la muchacha y le sugirió que le echara la culpa al monje que se alojaba con ellos. Después de unos meses se descubrió que la muchacha estaba embarazada y, según lo acordado, le dijo a su padre que Marino era el culpable. Al oír la historia, el hombre se diridió con furia al abad del monasterio. El abad lo calmó y le dijo que iba a tratar el asunto. Luego llamó a Marino y lo reprendió con severidad. Cuando se enteró de las acusaciones en su contra lloró y pidió perdón, sin negar nada.

Ante el hecho de que no hubo ningún intento de negar la falta cometida, el abad, muy furioso le ordenó abandonar el monasterio, Marino obedeció y se quedó fuera de la puerta de éste como mendigo por un tiempo bastante largo. Cuando la hija de la dueña del hotel dio a luz, tomó al niño y se lo dio a Marina. Ella llevó al niño entre los pastores para que pudieran darle de beber leche y se quedó cuidando del niño fuera del monasterio durante diez años hasta que los monjes le pidieron al abad que le permitiera regresar. El abad accedió finalmente a su reingreso, pero imponiéndole sanciones severas. Marina realizaría trabajos forzados en la cocina, limpieza y transporte de agua a parte de las sanciones impuestas sobre ella. El niño creció y se convirtió en un monje.

Cuando Santa Marina llegó a la edad de cuarenta años, enfermó durante tres días y después esto falleció. El abad ordenó que se le cambiara la ropa y que fuera trasladada a la iglesia para los ritos fúnebres. Al hacerlo, los monjes descubrieron que Marino era mujer y se afligieron mucho. Informaron al abad y también lloró amargamente por lo que le había hecho. Entonces llamó al propietario de la posada y le informó que Marino era en realidad una mujer. fue a donde estaba y al comprobarlo también lloró por el dolor y el sufrimiento que le había hecho llevar injustamente.

Después de las oraciones fúnebres, sus hermanos, los monjes recibieron bendiciones de Marina y uno de ellos que era ciego de un ojo, al tocar a la santa recibió la vista. La leyenda dice que Dios envió a un demonio para atormentar a la hija del posadero y al soldado, su amigo. Así que fueron a la tumba en donde la santa fue enterrada, lugar en el que ambos confesaron su pecado delante de todos y pidieron perdón.

Marina es venerado por la Iglesia maronita y la Iglesia Ortodoxa Copta. Su leyenda se confunde a veces con la de Santa Pelagia, "Pelagia" es una traducción griega del nombre latino Marina.

lunes, 7 de febrero de 2011

Fidelidad por Internet

Queridos amigos:

Quiero dirigirme a todos los que tenemos acceso a Internet y en ocasiones hacemos mal uso de esta herramienta de comunicación.

Ojalá que mi experiencia pueda ayudar a otros para que no caigan en las garras de la mentira, el engaño y destruyan la relación que tienen con sus parejas.

Acabo de terminar mi relación de 8 años con mi pareja porque descubrí que me engañaba con personas a las cuales conocía por internet para después tener encuentros sexuales con ellos.

Ha sido muy dificil para mi, terminar mi relación, este rompimiento me trae descepción y mucha tristeza. Creo que los valores son universales, y que todos debemos practicarlos, que no importa si somos homosexuales o heterosexuales. Amigos y hermanos debemos defender el amor, el respeto y la verdad ante todo, si no lo hacemos lastimaremos a los demás y nos lastimamos a nosotros mismos.

Abramos todos bien los ojos, no accesemos a portales donde se fomenta este tipo de encuentros, seamos cuidadosos con nuestras palabras, busquemos la verdad también aquí dentro de este medio electrónico, Dios debe estar aquí, no dejemos que el mal se apodere de este sitio que es la internet. La internet se ha convertido en un cuarto oscuro donde todo es permisible. ¡No permitamos esto! ¡Seamos buenos cristianos y luchemos en contra de este mal! Cuidemonos todos y no le demos el voto a estos sitios con el click de aprobación.

Somos humanos y somos debiles, caemos en tentación pero aún aceptando nuestra condición humana y falible luchemos por los valores universales que Jesus nos enseñó.

_________Material obtenido de la red bajo la autoría del "Amigo de Dios"

domingo, 6 de febrero de 2011

5º Domingo Ordinario

Primera Lectura: Is. 58, 7-10 Entonces surgirá tu luz como la aurora.
Salmo: 111 El justo brilla como una luz en las tinieblas.
Segunda Lectura: Cor 2, 1-5 Les he anunciado a Cristo crucificado.
Evangelio: Mt 5, 13-16 Ustedes son la luz del mundo.


Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:

Este domingo se nos habla de una consecuencia lógica de nuestro ser cristiano. Cuando fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos convertimos en luz para el mundo que es tinieblas. Y si nos lo imaginamos, esto aparece como una ilustración muy bonita en nuestra mente y hasta puede hincharnos de vano orgullo. Así que no caigamos en semejante tentación y mejor relfexionemos un poco sobre qué significa realmente ser la luz del mundo.

El profeta Isaías nos lo dice muy claramente. Quien tiene un discipulado o apostolado cristiano se convierte automáticamente en un luchador social, practica las obras de misericordia y en la medida de sus posibilidades ayuda a los demás a encontrar la salvación, que es Cristo mismo. Más adelante, Jesús nos dice en el Evangelio que no se puede ocultar una ciudad en lo alto de un monte; ni se debe esconder una luz cuando se ha encendido. Así pues, si el cristiano en vez de ser luz para el mundo se convierte en oscuridad, o causa oscuridad, está invirtiendo el orden natural de las cosas y entonces caemos en una separación del plan divino que se nos ha dejado plasmado en las escrituras.

Isaías primero, y Jesús después estaban muy concientes que entre las estructuras humanas se utilizan frecuentemente la opresión, la amenaza y las injusticias para controlar a los demás o para descalificarlos. Y esto es precisamente lo que pasa cuando la Jerarquía de la Iglesia y los llamados "buenos católicos" atentan contra la igualdad de homosexuales y heterosexuales. No se dan cuenta que al hacerlo dejan de cumplir su misión profética como cristianos en el mundo y se convierten en oscuridad, o hablando en un lenguaje más evangélico, hacen que la sal pierda su sabor para terminar siendo pisoteada en el camino.

Por eso, Isaías nos recomienda ampliamente detener las descalificaciones que se hacen de un bando a otro, pues no se trata de descalificar al contrario, sino de fortalecernos a nosotros mismos en nuestras diversas vocaciones. Y así, que el sacerdote en vez de hablar mal de los homosexuales, que hable de la labor que los cristianos debemos realizar en el mundo para hacerlo un lugar más pacífico y agradable para vivir. Pero que los homosexuales en vez de descalificar a la Iglesia, trabajemos más para dar una sana consejería a personas con VIH o al menos intentemos dar un buen consejo a los demás integrantes de la comunidad.

Pero no hace falta ser jerarca de la Iglesia o representante de la comunidad LGBT para ser luz del mundo. Nosotros, los integrantes de los grupos de base tanto de la institución como del movimiento, también podemos iluminar al mundo. Solo se trata de ser más sensibles a las necesidades del prójimo y estar atento a ellos para poderlos ayudar, incluso si no se dan cuenta. Basta, por ejemplo, con que los padres cumplan alegremente con su labor de mantener y educar a los hijos con valores cristianos como el respeto, la igualdad y el amor; que los hijos ayuden a los padres en las tareas del hogar y cumplan con sus labores escolares ayudando a quien más lo necesite solo con no unirse a los que critican al otro por su condición, estatura, peso, nivel socioeconómico, etc.; que los esposos se pongan de acuerdo para llevar bien las labores del hogar y al mismo tiempo ejercer un trabajo que lleve el dinero a la casa y cumpla una función productiva en la sociedad; que el vecino heterosexual respete a la pareja de homosexuales que vive al lado y se traten unos a otros como buenos vecinos e incluso se consulten y respeten las decisiones que conciernen al vecindario en un clima de cordialidad.

Aunque nuestra naturaleza es pecadora, un verdadero esfuerzo en el sentido del establecimiento de la justicia nos acercará cada vez más a Dios, y no tendremos ningún temor. Nos dice el salmo que el justo no temerá malas noticias porque en el Señor vive confiadamente. No vayamos a malinterpretar estas palabras. Entendamos que aunque el justo se entere que tiene SIDA, o haya sufrido la infidelidad de su pareja, si confía en el Señor, no temerá, tal vez pueda sentir tristeza, desánimo o frustración, pues son sentimientos naturales a nuestra condición humana, pero siempre brillará una luz de esperanza porque sabe que todo lo que el Creador hace es bueno.

Ser cristiano se trata de salir al mundo a ser luz para los demás. Ser un reflejo de la luz de Cristo, tal como la luna lo es de la del sol. O mejor aún, ser la misma Luz de Cristo. Todo depende de nuestra actitud y las ganas que tengamos de instaurar el Reino de Dios en este mundo siempre en congruencia con el Evangelio. Y precisamente por eso decimos que todos los bautizados estamos llamados de una u otra forma a ser luz, y no tinieblas. Ya sabemos que algunos son tinieblas, pero eso no significa que en algún momento no vayan a brillar con luz radiante. Así que en vez de enojarnos con ellos, entendamos que actúan desde su condición cultural y educación y elevemos al Creador una plegaria por ellos, para que alcancen la santidad.

Nuestro deber y salvación es dar gracias al Señor siempre y en todo lugar. Y la mejor forma de hacerlo es lograr que los demás lo glorifiquen por cuanto ser cristiano significa verdaderamente en el mundo y el testimonio que damos de nuestro carácter de bautizados. Que por nuestras malas acciones y omisiones, se nos perdonen nuestros pecados y alcancemos la conversión. Y que por nuestras buenas acciones la gente dé más Gloria al Padre y el mundo entero se convierta en el Reino de Dios.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Santa Eufrosina, Virgen (San Esmaragdo)

Los griegos llaman a Santa Eufrosina "nuestra madre" y la tienen en gran honor. Sin embargo, no poseemos ninguna narración auténtica de su vida. Lo que ha llegado hasta nosotros, como "su historia", es una simple réplica de la vida de Santa Pelagia, tal como aparece, para uso de los lectores occidentales, en las "Vitae Patruum" y en la "Leyenda Dorada". Ahora bien, esa vida de Santa Pelagia es un cuento creado por la imaginación popular que, con ligeras variantes, pasó a embellecer las historias de Santa Marina, Santa Alinaria, Santa Teodora, etc..
Según esa fábula, Santa Eufrosina o Eufrosine fue hija de Pafnucio, rico y piadoso ciudadano de Alejandría. Pafnucio y su mujer no tuvieron descendencia durante largo tiempo; Eufrosina vino finalmente a alegrar su vida, gracias a las oraciones de un santo monje a cuya intercesión se habían encomendado. La niña era extraordinariamente bella y sus padres le dieron ese nombre para conmemorar el gozo que su nacimiento les había producido. La madre murió cuando Eufrosina tenía once años. Su padre se dedicó a buscarle marido y la prometió a un joven muy rico. Eufrosina no parece haber puesto ningún reparo al principio; pero, a raíz de una entrevista con el santo monje que había orado antes de su nacimiento, empezó a sentir el llamamiento hacia una vida más alta y la despreocupación por las cosas de este mundo. En señal de ello, Eufrosina se desprendió de sus joyas y las regaló a los pobres cesó, además, de tratar con jóvenes de su edad y frecuentaba únicamente a ancianas de piedad reconocida; finalmente, se dice que para perder su atractivo dejó de lavarse el rostro "aun con agua fría".

Todo ello no pareció haber impresionado gran cosa a su padre, que, sin preocuparse de la hija, partió a un retiro de tres días en honor del santo fundador de un monasterio del que él era bienhechor. En cuanto el padre se alejó, Eufrosina envió a una sirvienta de confianza a pedir una entrevista al santo monje. Cuando Eufrosina confió a éste el llamamiento divino que sentía en su alma, el monje respondió con las palabras del Señor: "Quien no es capaz de dejar a su padre, a su madre, a sus hermanos y todas las cosas por el Reino de los Cielos, no es mi discípulo". Eufrosina manifestó al monje que temía despertar la cólera de su padre y que ella era la única heredera de su fortuna, a lo que el monje replicó que su padre encontraría entre los pobres y los enfermos numerosos herederos. Vencida su resistencia, Eufrosina pidió al monje que la admitiera en religión, cosa que éste hizo inmediatamente.

Cuando terminó la entrevista y Eufrosina empezó a reflexionar, llegó a la conclusión de que no podría librarse de la ira de su padre en ningún convento de la región, porque éste la descubriría seguramente y la llevaría a casa por fuerza. Así pues, Eufrosina se disfrazó de hombre y huyó de noche, en tanto que su padre se hallaba todavía ausente. Sin saberlo, Eufrosina llamó a la puerta del monasterio que su padre frecuentaba; el superior se maravilló de la juvenil belleza del visitante. Eufrosina le dijo que se llamaba Esmaragdo y que había formado parte de la corte; que venía huyendo de las diversiones del mundo y de las intrigas cortesanas y que deseaba consagrar su vida a la oración en la paz del monasterio. El abad quedó grandemente edificado y aceptó recibirla en el monasterio, a condición de que se sometiera a la dirección de un monje antiguo, dada su evidente falta de experiencia en la disciplina de la vida religiosa. Eufrosina replicó que no sólo estaba dispuesta a aceptar la dirección de un maestro de perfección sino de muchos. Nadie sospechó nunca que se trataba de una mujer, y Eufrosina hizo grandes progresos en la virtud. No le faltaron dificultades y tentaciones, pero salió triunfante de ellas.

Como su belleza y su encanto resultaban una causa de distracción para los otros monjes, Eufrosina se retiró a una celda solitaria, en la que sólo recibía a quienes necesitaban de sus consejos. Su fama de santidad y sabiduría se fue extendiendo cada vez más y, al cabo de un tiempo, su padre, desesperado de haberla perdido, pidió permiso de consultar al venerable asceta Esmaragdo. Eufrosina le reconoció, pero él no sospechó que fuera ella, pues su rostro estaba casi totalmente cubierto y las asperezas de la vida religiosa lo habían cambiado. Eufrosina le dio gran consolación espiritual, pero no le reveló su identidad, sino muchos años después, cuando se hallaba ya en el lecho de muerte. Al morir Eufrosina, su padre se retiró del mundo y vivió diez años en la celda que ella había ocupado.



Ver Delehaye, Les légendes hagiographiques (1927), pp. 189.192, y Quentin, Les martirologes historiques, pp. 165-166. Aunquc hay en el Martirologio Romano una conmemoración de Eufrosina el primero de enero, y los Carmelitas sostienen que perteneció a su orden y celebran su fiesta el 2 de enero, hay razones muy serias para dudar de la existencia de Eufrosina. En su caso no existe ningún culto local que permita situar el origen de la leyenda. Los sinaxarios griegos conmemoran a Santa Eufrosina el 25 de septiembre; por el contrario, en la mayoría de los martirologios latinos su elogio aparece el 1º de enero. El Acta Sanctorum narra su vida el 11 de febrero. La Analecta Bollandiana (vol. II, pp. 196-205) publicó una biografía griega; en BLH (nn. 2722-2726) se encuentra el catálogo de las versiones latinas. El tono de todos estos documentos es claramente legendario. Sin embargo, parece que ha habido algunos casos auténticos de mujeres que, disfrazadas de hombres, vivieron en monasterios para hombres, sin ser descubiertas durrante algún tiempo. Tal es el caso, del que existen pruebas más o menos contemporáneas, de Hildegunda, quien murió en la abadía cisterciense de Schonau, el 20 de abril de 1188; pero el problema de su santidad es muy diferente.

martes, 1 de febrero de 2011

Dios hizo a Cristo nuestra Sabiduría, nuestra Justicia, nuestra Salvación y nuestra Redención

Meditación para el Cuarto Domingo Ordinario (1 Cor. 1, 26-31)

Cristo Jesús, "en quien estamos, llegado a ser para nosotros sabiduría de Dios, y justicia, santificación, redendión":

El texto de Pablo nos conduce al interior de la opción cristiana: desde la realidad de nuestra vida, a oscuras, en medio de la injusticia, renegando de los dioses egoístas que nos han propuesto desde las esclavitudes más inverosímiles.

Venimos a la luz de tu Evangelio:
al Amor, origen y esperanza de nuestra existencia,
al Amor, que pone la mesa para todos;
al Amor, que vincula a todos con Él y en Él;
al Amor, que cura de raíz y quita hasta el miedo a la muerte.

La Iglesia de Corinto, los que han aceptado el amor del Padre y tuyo, son mayoritariamente gente sencilla, pobre, trabajadores manuales. A ellos les has entregado, regalado, tu Espíritu, han recibido tu vida como el mejor modo de vivir, han descubierto el sentido fundamental, vienen del amor del Padre, se han percibido como hermanos radicalmente iguales, entre ellos no hay categorías humillantes, tiránicas.

Han descubierto tu vida como "justicia de Dios", tu dedicación a los más débiles, tu denuncia valiente ante los poderes injustos, tu sincera rebeldía ante la práctica religiosa que invita a la resignación, que manipula la voluntad divina, que impone cargas pesadas, no necesarias, que mantiene en la ignorancia y el miedo, que exige obediencia ciega a los dirigente ("guías ciegos").

Han sentido tu Amor gratuito, universal, para siempre, como la santidad misma de Dios que "es Amor", santidad que has vivido tú, santidad que te llevaba a retirarte a solas para escucharla, santidad que recomendabas a los tuyos: "Sean perfectos como el Padre", ama como Dios ama, eso tiene "Gracia", "ámense como yo los he amado".

Tu amor les ha rescatado de una vida sin sentido, del miedo a los poderes de este mundo, del odio y resentimiento a los hacedores de injusticia, de la miseria y del hambre que siembra el desamor, de la inercia y holgazanería de los satisfechos ricos, de la violencia que induce más sufrimiento, del temor a la muerte al saber que tras ella está el Amor sin límites.

Cristo, "sabiduría, justicia, santificación y redención nuestras": Aviva en nuestras comunidades tu Amor, que nos demos cuenta de que "somos en Ti", todos, servidores unos de otros, vivimos en tu Amor. A todos nos regalas el Amor original del único santo Padre. Intímanos su voluntad de vida universal, alimento, salud, cultura, libertad... quítanos el miedo a la fraternidad, a la mesa común, al trabajo por el Reino. Ayúdanos a ser desprendidos, valientes ante el mal y la muerte.

Declaración de la Alianza Ecuménica de Acción Mundial por la muerte de David Kato.

Me uno a esta "Declaración en respuesta a la muerte de David Kato".

Como personas de fe, reconociendo y promoviendo la defensa de la dignidad dada por Dios y el valor de toda vida humana, estamos consternados por la muerte violenta del líder ugandés y activista social David Kato. Como comunidades religiosas y organizaciones que trabajan para fortalecer la respuesta mundial al VIH y hacer frente al estigma y la discriminación que socavan esa respuesta, lamentamos la pérdida de un valiente activista en la defensa de la dignidad y los derechos humanos que son esenciales para vencer a la pandemia del VIH.

Es fundamental para todas las religiones el respeto por la vida humana y la dignidad. Nuestra fe proclama que todos los seres humanos son creados a imagen de Dios. A la espera de los resultados de las investigaciones oficiales sobre el asesinato de David, nosotras y nosotros detestamos y denunciamos todo tipo de violencia como la que tomó la vida de David y sobre todo, si tal es la violencia motivada por las actitudes discriminatorias hacia las personas sobre la base de su orientación sexual o la marginación en la sociedad.

Hacemos un llamado para que se realice una investigación completa y exhaustiva sobre las circunstancias de la muerte de David, y que los responsables sean llevados ante la justicia. Instamos a todas las autoridades gubernamentales, civiles y religiosos en Uganda y en todo el mundo, para que se expresen en contra del odio, el estigma y la discriminación, y en su lugar, con palabras y hechos, reconozcan y promuevan el valor fundamental y la dignidad de cada persona. Hacemos un llamamiento a las y los líderes religiosos para que hablen, actúen y exhorten y urjan a sus fieles para alcanzar compasión hacia quienes son marginados por cualquier razón y para resistir todos los intentos de promover la intolerancia y el odio.

Oramos para que la muerte de David estimule una reacción mundial rápida y sin complicidades en contra del odio y la violencia y ayudar a crear un mundo de paz con justicia que es seguro para que todos y todas le podamos llamar hogar.