“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

martes, 9 de agosto de 2011

Hacia una "pastoral homosexual"

Por Tomás Ojeda.

Quien pretenda encontrar respuestas al problema del origen, discutir sobre el concepto de normalidad y profundizar en las enseñanzas del Magisterio, se equivoca al leer esta columna: nuestro punto de referencia será la humanidad que subyace a la condición homosexual, la vivencia de personas, hombres y mujeres, con una historia y contexto que los hace únicos e irrepetibles. Esta columna pretende aportar al discernimiento de un modo cristiano de acogida y acompañamiento, que nos desafíe a dar pasos de mayor integración, apertura y encuentro con el otro.

Lo primero que habría que advertir son las resistencias personales que se activan frente al tema, los cuestionamientos a la propia sexualidad y los temores que surgen frente a conceptos y valores que quisiéramos proteger [matrimonio - familia]. Este primer ejercicio resulta fundamental, ya que las discusiones actuales sobre el matrimonio igualitario y el estatus social del homosexual, parecieran ser reactivas a temores que muchas veces no se transparentan, y terminan convirtiéndose en verdades sólidamente argumentadas. Así es la cuestión en contextos de Iglesia, más o menos conservadores, y con sensibilidades diversas según el tipo de carisma y/o movimiento. Muchas veces se piensa que la Jerarquía eclesial sería el principal obstáculo, sin embargo, dentro del laicado la situación pareciera ser aún desconocida, poco tematizada y relegada a segundo plano. En este estado de cosas, la homosexualidad pareciera ser incompatible con la experiencia de fe, y, de ser posible, estaría limitada a las exigencias del Magisterio.
 
¿Por qué esta situación no nos escandaliza de igual forma que las causas que asumimos al luchar por la justicia, la pobreza y la desigualdad?. ¿Por qué se le priva al homosexual del derecho a vivir su condición de manera digna, humana y plena?. ¿Por qué suponemos que Dios no celebra la existencia de hombres y mujeres que se reconocen como homosexuales?
 
Mucho se ha escrito sobre discriminación, derechos e igualdad; se discute sobre amor, sexo y matrimonio; se interpreta la Biblia y se proclaman grandes verdades sobre la naturaleza, el pecado y la voluntad de Dios. ¿Quiénes se pronuncian al respecto?. Por lo general, académicos, expertos en teología, ética y moral, políticos, psicólogos, Obispos y una extensa documentación estadística que se ajusta a hipótesis más o menos concluyentes con respecto a lo que se pretende demostrar. Limitando el asunto a lo que vivimos como Iglesia en nuestras parroquias, movimientos y comunidades, pareciera ser evidente que sólo se hable de homosexualidad desde el punto de vista del Magisterio, sin embargo, no ponderamos el hecho que, con ello, reproducimos un discurso que excluye y enjuicia la experiencia de Dios que pueda tener un sujeto que se reconoce como homosexual. El clero se encuentra en una posición incómoda respecto a lo anterior, y el laicado pareciera no reflexionar sobre la situación más allá de la "moral sexual".
 
Con todo, pareciera ser que la homosexualidad es una realidad invisibilizada y relegada al ámbito de lo privado: el catolicismo no tiene aún resuelta la cuestión en términos del trabajo pastoral que debe realizar con dichas personas. Si bien existen Encíclicas y Documentos Pastorales respecto a esto último, la acogida y el reconocimiento de la condición homosexual sigue siendo una dimensión que muchos/as calificarían como apostólica y de frontera, siendo que, en definitiva, lo que hace que el tema sea fronterizo es la misma Doctrina, la confrontación de la norma y la estructura con aquello que, en términos teológicos, se entiende como "signos de los tiempos". Mientras esto se discute, aumentan las distancias entre unos y otros, las odiosidades y "expatriaciones", aun cuando la experiencia de fe mantiene su viveza en medio de una "religiosidad" mal entendida.
 
En la medida en que nuestra experiencia de Dios se sostenga de estructuras dogmáticas rígidas y autosuficientes, la novedad y la diferencia que el otro represente, serán experimentadas como amenazas a un estado de cosas que me resulta cómodo y que me protege de todo cuestionamiento. Una fe que legitima el deseo y la inquietud, permite dialogar con lo doctrinal y sostener sus fundamentos en una experiencia genuina de encuentro personal con Jesús. Los homosexuales quieren vivir su condición en plenitud y de manera humana, con verdad y honestidad. Muchos/as puede que se sientan invitados/as a vivir su sexualidad en abstinencia, conforme al Magisterio. Sin embargo hay otros/as que no sienten dicho llamado, y aspiran a que la "Comunidad cristiana" les reconozca su condición de prójimos y hermanos. La homosexualidad no pone en duda nuestra fe ni atenta contra los valores que Dios también quiere para ellos. Si no reconocemos nuestras torpezas y temores, el otro siempre será un enemigo, una amenaza y un otro de segunda categoría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario