“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 31 de julio de 2011

Domingo 31 - 18º domingo durante el año.

PRIMERA LECTURA: Is 55, 1-3
SALMO: Sal 144, 8-9. 15-18
SEGUNDA LECTURA: Rom 8, 35. 37-39
EVANGELIO: Mt 14, 13-21
Lo más ‘espiritual’ que es el Reino de Dios se vincula a lo más ‘material’, que es la comida. Así lo indican las lecturas de hoy desde la perspectiva del pan, que se comparte y multiplica, situando el centro del mensaje de Jesús, como expresión del Reino de Dios, como auténtico ‘milagro’.
El Reino de Dios se expresa aquí en dos signos ‘materiales’: curar y alimentar. Este Jesús ya no enseña, no establece una escuela de altas lecciones teóricas, sino que se limita a curar y alimentar. Ésta es su signo, ésta es su tarea. Jesús cura a los enfermos para que puedan comer, compartiendo entre todos el pan (el pan de todos) en un mundo donde se extiende el hambre y la opresión.
En aquel tiempo, en un plano social, la comida separaba a puros de impuros, a ricos de pobres, a nacionales (judíos) de extranjeros (gentiles), haciendo imposible una comunión universal. Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere y promueve una comida que vincule a todos. De esa manera, el tema del reino nos introduce en el centro real de la conflictividad máxima, en un tiempo de hambre y de fuertes divisiones sociales y sacrales. Desde ese fondo queremos decir que el mensaje y camino de Reino, que Jesús ha iniciado es “mensaje y camino de pan”, como aparece en los textos de las multiplicaciones (=alimentaciones, pan compartido) y, de un modo definitivo, en la Última Cena (la misma vida hecha para los otros). El Reino es Banquete para los hambrientos. Dios había preparado desde antiguo su comida para todos. Dios quiere una mesa compartida.
En ese contexto, Jesús se ha sentido enviado por Dios para ofrecer la invitación a los “cojos, mancos, ciegos”, a los expulsados por razones económicas, sociales y/o religiosas (a los que vagan por plazas y caminos). Precisamente ellos, artesanos, oprimidos y negados del sistema social (los que llamamos prescindibles), son privilegiados de Dios.
Ésta es la comida de Jesús, a campo abierto, sobre el ancho mundo… Es la comida que él y sus discípulos tienen que compartir con todos los que vienen, sin distinción de puros e impuros. Jesús, Mesías que da su propia vida, viene a presentarse en la Iglesia como Mesías del Pan compartido, a campo abierto, para todos los que van y vienen y de un modo especial para los ‘enfermos’.
El programa y camino de Jesús que es “pan para todos” suscita el rechazo de los privilegiados que quieren un pan para sí mismos, un pan separado, de puros y ricos, mientras los otros pasan hambre. Por eso, Jesús saca a sus discípulos del ámbito social resguardado de los sistemas sociales y económicos, para iniciar con ellos un camino de pan universal y compartido, desde fuera de la sociedad establecida (en un campo desierto).
Lo más urgente sigue siendo el pan, vinculado a la salud: que los hombres y mujeres puedan comer y beber y relacionarse, que no estén condenados al miedo perpetuo del hambre y la marginación, como los artesanos galileos. Pues bien, como acabamos de indicar, ese regalo de pan puede suscitar y ha suscitado la oposición de los acomodados, de manera que la llegada del
Reino puede ser causa de rechazo para aquellos que no quieren compartir el pan. Pues bien, superando ese rechazo, la Iglesia helenista de Jerusalén descubrirá tras la pascua que el mensaje de Jesús sólo se puede mantener en línea de comunión de pan.
Volvemos así al texto de hoy, que más que multiplicación del pan debería llamarse ‘alimentación universal’, solidaridad mesiánica. El centro del ‘milagro’ no es un aumento material de panes y peces, sino el aumento de la solidaridad y de la acogida humana. Denles ‘ustedes’ de comer, dice.
USTEDES.
Estas multiplicaciones/alimentaciones dadas evocan la fraternidad que surge y se despliegan allí donde los hombres y mujeres son capaces de dar y compartir lo que tienen, desde la pobreza, anunciando así la llegada del Reino que será un banquete de abundancia. La conversión de las piedras en pan, que el Diablo promete a Jesús, habría un prodigio satánico de magia, pero no sería milagro, pues el milagro de Jesús consiste en comunicarse la vida con (desde) los pobres, en fraternidad mesiánica. Según eso, el signo de las multiplicaciones no consiste en la posible reproducción o incremento material (de panes y peces), sino en la comunicación fraterna, que es anuncio del Reino. Ése es el signo de Jesús, un cambio de los hombres, no del pan; pero ese cambio de los hombres puede transformar los mismos panes, haciendo que ellos sean un medio de encuentro y bendición para los hombres.
El milagro es compartir los alimentos, y nosotros mismos, VIVENCIAS Y BIENES, compartir y compartirnos... ¿O es que también hay quien pretende agregar, al milagro de la “multiplicación” de los panes y peces, el de la “aparición” de las canastas?.
N.R.: Las ideas claves han sido tomadas de artículos escritos por Xabier Pikaza Ibarrondo.

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