“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 17 de julio de 2011

Domingo 17 - 16º domingo durante el año.

PRIMERA LECTURA
Sab 12, 13. 16-19
SALMO
Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16
SEGUNDA LECTURA
Rom 8, 26-27
EVANGELIO
Mt 13, 24-43




Fuera de ti, Señor, no hay otro Dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia ... Tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mí. Tú, Señor, eres bueno e indulgente ... Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina ... Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga
oídos, que oiga!".

Justicia y Misericordia son algunas palabras que de los textos nos resuenan en nuestro interior. Así se nos presenta -en parte- ese Reino de Dios que ya está entre nosotros y que tenemos que ver y dejar ver; Reino de Dios que entre nosotros tenemos que vivir. ¡El que tenga oídos, que
oiga!".

El domingo anterior reflexionamos sobre la parábola del sembrador y los tipos de tierra, que expresa como en la relación con Dios puede haber distintos tipos de respuesta por parte de los hombres. Insiste la parábola sobre todo en los distintos tipos de tierra.

En este domingo vemos las parábolas del trigo y la cizaña, de la mostaza y de la levadura. Las tres tienen en común que hablan del crecimiento del Reino de Dios, independientemente de la respuesta que el hombre dé a la invitación de Dios. El Reino de Dios crece, aunque parezca algo insignificante, como crece la mostaza, que es una semilla muy pequeña, o como crece la masa por la acción de la levadura, que en el volumen de la masa también es algo insignificante.

El Reino de Dios crece en nosotros. El Reino está creciendo allí donde se dan los valores del Evangelio, los valores de las bienaventuranzas: justicia, voluntad de Dios, fraternidad, solidaridad, paz, misericordia ... El Reino de Dios crece entre nosotros; en nosotros.

Pero el Reino crece mezclado con la cizaña; es decir, con valores que son antievangélicos: la insolidaridad, el egoísmo, el individualismo, la competencia, la marginación, la incomunicación, la división, el rencor, la envidia... Valores que, no sólo están en otras personas, sino que también están presentes en cada uno de nosotros.

La celebración de hoy es una invitación a parecernos más a Dios, para que el Reino pueda volverse visible en nosotros. Dios es PACIENTE, como nos deja entrever la parábola del trigo y la cizaña, y es CLEMENTE y MISERICORDIOSO, como nos dice el salmo responsorial. Son atributos de Dios en relación con el hombre: Dios siempre nos da una oportunidad más para colaborar en la construcción del Reino de Dios: tiene paciencia con nosotros, es misericordioso; es decir, pone su corazón en nuestras miserias, para sanarlas, para mostrarnos su perdón y su compasión; y es clemente; es decir, es justo con el ser humano y su justicia es siempre misericordiosa, comprensiva. Él no corta la cizaña antes de tiempo.

Quizá así podamos comprobar cómo, misteriosamente, lo negativo, la cizaña, se transforma en trigo. Sólo el amor puede hacer cambiar a los demás, sólo el amor nos puede transformar a nosotros mismos.

Sin embargo, podríamos decir, si hemos estado atentos, que la parábola puede resultar alienante si se toma como una invitación a la inactividad, o a la suspensión de nuestra responsabilidad, para dejarla en las manos de Dios: él sería quien al final de la historia, más allá de la historia, debiera poner las cosas y las personas en su lugar... Esta idea de un Dios «premiador de buenos y castigador de malos», que contabiliza nuestras acciones y por cada una de ellas nos dará un premio o un castigo, ha sido una idea central de la cosmovisión cristiana clásica. El miedo a la condenación eterna, pieza central de la bóveda de la cosmovisión cristiana clásica medieval y barroca, está en la misma línea. ¿Qué decir de todo ello hoy?

No podemos olvidar que la buena noticia que Jesús vino a anunciar (el Reino) es una Buena Nueva para los pobres, para los discriminados de entonces (y de ahora), en la que de ahora en adelante Jesús y sus discípulos (¿nosotros?) lucharán por una sociedad igualitaria. Comprender el valor de lo pequeño, de lo pobre ( de lo que no es bien visto a los ojos de los poderosos y de las normativas ) como opción fundamental de Jesús y de quienes proseguimos su causa, debe ser una denuncia permanente contra tantas formas de opresión (¿nos suena esto?) y marginación (¿y esto?) de estructuras injustas que deshumanizan a tantas personas y comunidades, en donde vive ocultamente el valor de la grandeza del Reino cuando se construye organización y se promueven los valores del Reino.

No podemos quedarnos sin hacer nada. El Reino de Dios está aquí. ¡El que quiera oír que oiga!.

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