“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 5 de junio de 2011

La Ascención del Señor

Primera Lectura: Hc. 1, 1-11 Se fue elevando a la vista de sus Apóstoles.
Salmo: 46 Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: Ef. 1, 17-23 Lo hizo sentar a su derecha en el Cielo.
Evangelio: Mt. 28, 16-20 Me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra.

La Pascua va llegando a su fin, los 50 días de fiesta por la Resurrección de Jesús están por terminar. Y tal como esa idea nos podría causar un poco de seriedad por volver al ritmo normal de la vida, seguramente a los Apóstoles y discípulos de Cristo les causó un sentimiento de temor inicial el saber que el Maestro se alejaba e iba a donde ellos no podían seguirlo. Debe ser una sensación de temor semejante a la que nosotros, amados hermanos en Cristo, sentimos cuando estamos a punto de dejar un estilo de vida que nos hace infelices y nos provoca mucho temor y preocupación, pues ocultamos el ser que realmente somos, la forma en que nos creó Dios. Me refiero al momento en que estamos a punto de salir del clóset y todo lo que hasta ese momento era nuestra vida, está a punto de cambiar definitivamente y para siempre.

Pero Jesús nos dice: "Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre", clarísima señal de que el Señor nunca nos ha dejado ni nos dejará, pues aunque el Hijo ya no se encuentre más de forma física entre nosotros, su Espíritu Santo gobierna a su Iglesia y a nuestros corazones, insuflando en nosotros la inspiración, el valor, y todos aquellos dones, frutos y carismas que como católicos gays vayamos necesitando a lo largo de nuestra vida.

Frecuentes son los momentos de miedo y desesperación que vivimos, frecuentes los momentos de confusión en los que por circunstancias de la vida empezamos a creer que Jesús establecerá la soberanía de Israel por el mundo entero, la de la Iglesia por encima de la soberanía de las naciones y las prerrogativas clericales por encima de los Derechos Humanos. Y la confusión llega frecuentemente a mover a los obispos y las autoridades eclesiales a querer intervenir en las decisiones de los gobiernos al respecto del reconocimiento de la población LGBTI en sus países, tratando de conservar los antiguos patrones culturales que perpetúan la homofobia, el machismo y la violencia.

Pero Jesús mismo nos dice que "A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad", y sin embargo, sabiendo que Dios es amor, no podríamos consentir la idea de que Él mismo quisiera imponer sistemas basados en el miedo, como el capitalismo salvaje o la homofobia clerical. Aun así, hemos de confiar en que el Señor nos dará su Espíritu para llenarnos de fortaleza y podamos ser testigos de las enseñanzas de Jesús en todo el mundo. Y si alguien conoce alguna enseñanza de Jesús fundamentada en odio, que me la comente en esta entrada, por que yo no.

Mientras que en su carta a los efesios, San Pablo pide de Dios para nosotros los dones de sabiduría y revelación para poder conocerlo. Esta debe ser una de las frases más liberadoras de toda la Biblia, pues permite que el pueblo, de cierta forma y solo a través de la gracia divina sea capaz de interpretar tal o cual pasaje de la Biblia, de los acontecimientos históricos y actuales para poder ir profundizando más en la verdad eterna que significa Dios para nosotros. Aunque, eso sí, nos debemos prevenir de caer en conclusiones forzadas, o peor aún, torcidas, pues si bien es cierto que la Palabra de Dios es infalible, nuestras interpretaciones no lo son. Ya nos dice Benedicto XVI que él mismo se considera un Papa muy falible. Y esto último se debe a que tanto él como nosotros somos solo seres humanos igualmente propensos al error que a la perfectibilidad.

Y en esa misma oración, San Pablo pide a Dios que seamos capaces de comprender la esperanza en su llamado, y la gloria y riqueza del Señor para los suyos. Por eso el temor ha de ser erradicado de nuestros corazones, conociendo las causas y las consecuencias. No importa el ámbito en el que nos desenvolvamos, la casa, la escuela, el trabajo, el clero, la vida religiosa, el deporte, la política, las artes, Etc.; a fin de honrar la verdad, hacer a un lado el miedo, y confiar plenamente en el Señor para que cuando salgamos del clóset, sin confundir al amor entre personas del mismo sexo con un amor egoísta, glorificar a Dios, porque quien es suyo, ya no le puede ser arrebatado, a menos que nosotros mismos decidamos con nuestro libre albedrío separarnos de Él.

Jesús ascendió al Cielo y ahora está sentado a la derecha del Padre. De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, pero mientras tanto, permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo en la Hostía consagrada, y espera que cumplamos sus enseñanzas con cada uno de los más pequeños y desamparados, con los despojados e incomprendidos, con los discriminados y los desesperados, con la viuda y el necesitado, con el anciano y el preso, y con tantos más. Confiar en su gloria y grandeza, pero sobre todo en su amor para que cuando vayamos a rendirle culto cada domingo y fiesta de guardar seamos dignos de recibirle en la sagrada Eucaristía no solo por los beneficios de la confesión, sino también por los resultados de nuestra acción y testimonio.

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