“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 6 de marzo de 2011

9º Domingo Ordinario

Primera Lectura: Dt. 11, 18. 6-28. 32 Hoy pongo ante ustedes la bendición y la maldición.
Salmo: 30 Sé Tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio.
Segunda Lectura: Rm 3, 21-25. 28 El hombre es justificado por la fe y no por cumplir la ley de Moisés.
Evangelio: Mt. 7, 21-27 La casa edificada sobre la roca y la casa edificada sobre la arena.

Esta vez seré breve. Veamos primero lo que nos dice el diccionario sobre la prudencia.
"La Prudencia es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela, definida por los Escolásticos como la recta ratio agibilium, para diferenciarla del arte recta ratio factibilium. También se entiende como la virtud de comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, así como actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas. Actualmente se ha impuesto el significado de actuar con precaución para evitar posibles daños, aunque la RAE mantiene la definición antigua. Para la ética católica, la prudencia dispone la razón a discernir, en cada circunstancia, el verdadero bien del mal, y a elegir los medios adecuados para realizarlo. Es una de las cuatro virtudes cardinales. Es guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida".
Pues bien hermanos, seamos como el hombre prudente que construye su casa sobre las rocas. Que nuestra vida se eleve y se construya sobre una base firme y sólida capaz de soportar todos los embates de la ira del enemigo. Dejemos que esa roca que nos salvará de la inundación y la tormenta sea el cumplimiento fiel y cabal de la Palabra de Dios. Por que en su Palabra encontramos lecciones que nos han de ayudar para todos los momentos de nuestra vida, para celebrar los buenos y aceptar los aparentemente malos con la cristiana resignación de que estamos siendo testigos de cómo se cumple la voluntad de Dios, que está más allá de lo bueno y lo malo.

Recordemos también que nada en esta vida sucede como por arte de magia. Todo lo que nos pasa es efecto de alguna decisión que hemos tomado en el pasado, cercano o lejano. Refiramonos al bien como una pila de agua fresca y al mal como una estufa encendida. Si bebemos del agua nos refrescaremos y ayudaremos a nuestro cuerpo a recibir la nutrición que recibimos por nuestros alimentos. Si tocamos la estufa encendida, irremediablemente nos quemaremos. No importa si somos personas religiosas o no, irremediablemente tendremos siempre el mismo resultado ante estas dos situaciones.

Y una vez más el Evangelio nos habla sobre la justicia social para poner en acción su palabra. Quien se acerca a los excluidos, a los pobres, a los enfermos, a los discriminados y les hace recordar que son humanos y por tanto hijos de Dios, ese es el que cumple la voluntad del Padre. Rezar el Rosario, ir a Misa, asisitir a las procesiones y alabar al Señor son actos que definitivamente demuestran que tenemos Fe, pero no basta con esas acciones, sino que habrá que ser consecuentes, pues quien tenga Fe en esa Palabra de Dios, necesariamente realizará buenas acciones, acciones que además demuestren que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y a Dios sobre todas las cosas.

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