“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 2 de enero de 2011

La Epifanía del Señor

Primera Lectura: Is. 60, 1-6 La Gloria del Señor alborea sobre ti.
Salmo: 71 Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
Segunda Lectura: Ef 3, 2-3. 5-6 También los paganos participan de la misma herencia de nosotros.
Evangelio: Mt 2, 1-12 Hemos venido del Oriente para adorar al Rey de los Judíos.

El diccionario de la Real Academia Española define a la palabra Epifanía como una manifestación, una aparición e inmediatamente lo hace refiriéndose a la festividad que celebramos hoy. Una de las más grandes solemnidades del calendario liturgico y que conciernen a las témporas de Navidad. ¿Por qué es así? Porque recordamos la primera vez en la historia que Dios se hace efectivo para todos los pueblos del mundo.

Ya en la Navidad el Evangelio nos relataba como Jesús se manifiesta como Hijo de Dios a través del anuncio del Ángel a los pastores judíos. Pero hoy vemos que son unos sabios procedentes de Oriente los que se acercan a Palestina para buscar al pequeño Niño en la aldea de Belén de Judá.

Aunque las fuentes no nos mencionan el dato exacto del número de sabios que visitaron a nuestro Señor recien nacido, la tradición los ha contado como tres. Cada uno de ellos con diferentes colores de cabello y de piel para poder demostrar que en ese acto profético Dios se revela a todo el mundo y a través de su Evangelio los que tenemos raíces paganas somos integrados en el Reino de Dios.

De estas lecturas me gustaría destacar primero que los reyes magos, esos sabios de Oriente, fueron capaces de interpretar las señales que en su tiempo vieron para reconocer al Hijo de Dios y luego burlar la voluntad de Herodes. Habilidad que los católicos de hoy deberíamos practicar para saber interpretar y realizar la voluntad del Padre que nos habla a través de la Naturaleza, pero también de todas las personas que sufren por la pobreza, la violencia, la discriminación injustificada, la homofobia. Habilidad que los cristianos de hoy deberíamos desarrollar para burlar toda opresión y falso camino. A partir de hoy los católicos deberíamos salir de nosotros mismos e ir en busca de Jesús que está en todos esos pequeños que nos menciona en el Evangelio de Mateo.

Tres son los regalos que los reyes de Oriente regalan al Dios Niño: Oro, como verdadero Rey; incienso, como verdadero Dios; y mirra como verdadero hombre. Si somos capaces de descubrir en la figura de Jesús esos tres atributos y luego nos decimos interesados en seguirlo para, junto con Él establecer el Reino del Padre, lo menos que podemos hacer es mirar al salmo que hoy cantamos para poder fijarnos un plan de acción que nos ayude a tener un mundo más justo y en el que se pueda alcanzar esa paz que tanta falta nos hace. Actuemos como ese Rey de los Judíos, que hoy es nuestro Rey. nos enseñó y sigamos su ejemplo para poderlo llevar a todas las Naciones.

Por eso es muy importante que aunque los jerarcas de nuestra Iglesia, y especialmente el Papa, que es soberano del Estado Vaticano, no quieran firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nosotros luchemos porque esos derechos inherentes al ser humano sean implantados en el mundo entero. Por que al menos hasta hoy a nadie se le ha ocurrido una idea más en consonancia con el Evangelio ni un método más efectivo para construir el Reino de Dios en la Tierra.

En una sociedad más justa y equitativa será más fácil luchar contra las situaciones personales que nos obligan a desobecer la Ley de Dios y con ello a pecar. Quiero decir que una sociedad más justa es también una sociedad más santa. Por lo que es nuestro deber proclamar a Jesús como Rey y Señor de todas las naciones, pero para poderlo hacer hay que comportarnos como ciudadanos del Reino de Dios que buscan la santidad y la justicia en la paz y la igualdad de todos y todas.

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