“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Inmaculada Concepción

Hoy celebramos en la Iglesia Universal a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Más allá de toda opinión acerca de la historia, la teología o la doctrina de este dogma, en esta ocasión quiero recordar y pedir a Dios por todas las mujeres de la Iglesia, cuya imagen principal es precisamente la Madre de nuestro Señor.

No tenemos obispesas ni sacerdotizas ordenadas, sin embargo si tenermos abadesas (¿no sería mejor llamarlas amad?), virgenes consagradas, monjas, catequistas, las madres de los sacerdotes y de esas monjas, las madres de familia y también muchas laícas comprometidas, mujeres piadosas y pecadoras que en nuestros días son la verdadera vida de la Iglesia y a través de las cuales se mantiene viva la base que sostiene la elevada cúpula eclesiástica. Tenemos, además de la madre de Dios, otras mujeres que murieron vírgenes y mártires en el cristianismo primitivo y en muchos otros momentos y naciones, tenemos santas que nos ilustran con sus ejemplos de vida y nos inspiran a llegar por sus caminos al Verdadero Camino que es el Hijo de Dios.

Las tenemos a todas ellas y elevo una plegaria a nuestro Señor para que las mantenga siempre llenas de su amor y luz. Sin embargo, parece que algo le falta a esta Iglesia del Siglo XXI. Mientras que hemos elevado a la Virgen María como Reina y Señora de todo lo creado, acá abajo, en la Iglesia Militante hemos dejado a la mujer en un papel secundario. Sé que se desenvuelven como teólogas, maestras, administradoras, oradoras, contempladoras, enfermeras, doctoras, etc., pero siempre se las somete ante la figura del sacerdote (considerado reflejo del Cristo varón) y no les damos el lugar que a nuestro lado se merecen.

La Iglesia no es machista, pero no lo es concientemente, porque subconciente y tradicionalmente lo ha sido, por lo que los hombres al interior de la Comunidad debemos mostrarnos más sinceros con ellas, agradecerles el papel que han jugado para mantener dos mil años de evangelización y ofrecerles disculpas por la forma tan desconsiderada en que las hemos tratado, para finalmente darles un lugar no arriba ni abajo de nosotros, sino a nuestro lado.

¡Que Dios las bendiga a todas y nos haga escucharlo a todos!

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