“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 26 de septiembre de 2010

XXVI Domingo Ordinario

Primera Lectura: Am 1, 4-7
Salmo 145
Segunda Lectura: Tm 6, 11-16
Evangelio: Lc 16, 19-31

La Liturgia de la Palabra de hoy es un llamado a la caridad, la filantropia y la fraternidad con el género húmano. Traducido al lenguaje de hoy podríamos decir que Amós condena a todos aquellos que ponen su confianza en sus cuentas bancarias, el dinero que tienen ahorrado, los que asisten cada fin del semana a bailar, van a fiestas y comen en abundancia, corean los cantantes pop o rock en sus conciertos, se emborrachan y utilizan las mejores ropas de diseñador y los mejores perfumes. ¿Y por qué los condena? El problema no es que hagan todo eso, o al menos no debería haber ningún problema con ello si tan sólo agregaran a sus actividades el preocuparse por las desgracias de nuestros hermanos.

Entre la problemática que surge en la comunidad gay podemos encontrar el abandono que sufren muchos jovencitos cuando sus padres se enteran de que lo son y lo que sienten. Ante la desinformación lo primero que hacen es enojarse, por lo que los castigan sin salir con sus amigos, conectarse a Internet y sólo les permiten ir de la casa a la escuela y al revés, empiezan las cacerías policiacas para ver qué hay en las mochilas bajo el pretexto de encontrarse unos cigarrillos o una revista pornográfica, pero con la verdadera preocupación y temor a encontrar una carta o una fotografía de algún otro muchachito del que se pueda haber enamorado.

También encontramos el caso de aquellos que por pertenecer a un ambiente de más homofobia y por alguna razón su padre se entera de tal condición, sin reparar en preguntar o acercarse a su hijo lo corre de la casa y lo manda a vivir a la calle, en donde su única forma de sobrevivir es la prostitución. O el caso de las chicas que viven el embarazo producto de una violación que sufrieron por parte de alguien que las conoció en la escuela y luego se enteraron de que son lesbianas, madres solteras que después tienen que pelear con su familia para que le permitan tener a su hijo con ella.

Están los casos de los jovenes gays de la calle y los que tienen un buen nivel socio-económico que sufren la enfermedad de la farmacodependencia, el tabaquismo y el alcoholismo. Y si le seguimos buscando encontraremos una problemática mayor, pero ya hemos dejado claro por dónde va la cosa.

Cuando el dinero es obtenido de forma justa, por el trabajo sincero o el negocio honesto y su fruto se utiliza para darnos a nosotros y nuestras familias el sustento y un estilo de vida digno, no hay ningún problema, cuando utilizamos el dinero para ayudar al prójimo, no hay ningún problema. De hecho, el dinero no es el problema en sí. Hemos aprendido a darle al dinero un valor que no tiene y que no se merece, pues éste es únicamente el símbolo de algo más. Es signo del valor de nuestro trabajo y el rendimiento que le hemos dado a nuestra forma de pensar. El dinero es una ilusión, de cada 10 dólares sólo cuatro se encuentran en efectivo, lo demás son títulos de crédito o números en una computadora. Guardémonos de idolatrarlo.

El problema con el dinero viene cuando en nuestra forma de pensar y actuar no somos consecuentes con el Evangelio. ¿Quién de nosotros no conoce a un limosnero, a un amigo que ha caído en la drogadicción o a un hermano gay que ha sido corrido de su casa y está sintiendo mucha hambre, sed y frío? ¿Qué hacemos para socorrerlos en el nombre de Jesús?

Evitémonos la pena de que cuando estemos en el otro mundo se nos diga que es imposible cruzar de un lado al otro del abismo y darnos consuelo. No esperemos una señal milagrosa para cambiar de parecer, sino que escuchemos a Moisés y los profetas, pero también al mismo Jesús y los Apóstoles y pongamos en práctica sus enseñanzas.

Y precisamente Pablo nos indica, casi como si de un instructivo se tratara, lo que hay que hacer para vivir como hombres de Dios en nuestro ambiente personal. "LLeva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Luchar en el noble combate de la fe y conquistar la vida eterna:

  • La rectitud siguiendo fielmente la ley del amor y también la ley del país en que vivimos, siempre que sea justa.
  • De piedad para que no olvidemos a nuestros hermanos necesitados, pues "lo que hacen con uno de estos pequeños, a mi me lo hacen"
  • De fe "para que todo aquel que crea en Él tenga vida eterna"
  • De amor hacia el prójimo y a los demás en sana convivencia con la familia, nuestra pareja y la sociedad como reflejo del Amor de Dios.
  • Paciencia porque siempre encontraremos un homofóbico que nos quiera hacer la vida imposible mencionando el nombre del Señor para justificar su causa, pero nosotros sabemos que miente.
  • Mansedumbre porque la ira atraerá problemas espirituales y enfermedades al cuerpo, además de que es pecado.
  • Luchar en el combate de la fe, pero no con armas ni con guerras, sino con el ejemplo, pues la única forma eficiente de vencer al mal es un enérgico progreso en el sentido del bien.
  • Y conquistar la vida eterna haciendo todo lo anterior y glorificando el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios.

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