“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

lunes, 30 de agosto de 2010

Carta a de un homosexual a un sacerdote

“Rev. Padre: Prácticamente no le conozco. He seguido con verdadero interés sus charlas en “El Católico Mexicano” y me complace sobremanera rendirle mi más sincera admiración y profundo agradecimiento por la forma tan eficaz y decidida como orienta usted a la juventud, observando, escuchando, comprendiendo, y tratando de resolver todos y cada uno de sus problemas, aún los mas difíciles; sin embargo, mucho me temo, querido amigo, que haya usted olvidado algunos, que por razón de su importancia, debieron ser tratados en primer término; o tal vez no me equivoque al sospechar que con usted ocurre lo que con muchos otros sacerdotes cuya capacidad no está en cuestión: se abstienen de exponer ciertos temas presionados por la situación embarazosa que éstos provocan. Concretamente, me refiero al homosexualismo...

¿Es que son tan pocos los afectados por el problema, que no amerite ser tratado, o es que pesa demasiado como para volverle la cara y huir cobardemente? ¿Es acaso el pavor de enfrentarse a una carne y a un espíritu proscritos que luchan y mueren separados porque jamás nadie se ha atrevido a levantarlos, orientarlos, purificarlos? “Es que dan asco, es la verdad...” Son tan miserables, tan dignos de desprecio que ... "Es que resulta imposible aceptarlos..." ”Es tan complejo y turbio el problema que ...” "¿Qué podemos hacer nosotros?". Y yo respondo: ¡Nada, nada absolutamente! Nada, por que los ... “prudentes” no saben más que dar la espalda y esconderse...

¡Cuántas veces he sido ignorado, remolcado como un mueble sucio y roto inútil; pisoteado y despojado muchas veces y llevado al escarnio más cruel! ¡Cuántas más habré sido víctima del robo, la persecución salvaje y chantaje más vil, oprimido, discriminado siempre. ¿Tengo derecho acaso a erguir la cabeza si llevo la espalda puesta al cuello? Si estoy condenado de antemano, ¿puedo anhelar siquiera a ser oído? ¿A quién y qué pueden importar mis ansias, luchas, éxitos y derrotas? ¿Podré darme a mí mismo aunque sea una frase de aliento, duradera, que sobreviva a los violentos estragos de la soledad? ¿Es que dan asco, ¡pobrecitos! “Esa lástima maldita que revienta en los labios de la “caridad” más profunda ... ¡Vaya caridad! ¡Qué manera más hipócrita y cobarde de aborrecer y condenar!.

Mi grito es desesperado, mas no es un grito de violencia, es un grito que espera pacientemente; no es un reto ni una amenaza ..., es un ruego hecho con los ojos en el polvo. ¡Cuántos jóvenes se envilecen porque nadie ha sabido trazarles un camino! ¡Cuántos acuden a la muerte como testigo final de su tragedia!

¡Cuántos acaban por huir, buscando un escape salvador en la autodestrucción, maldiciéndolo todo, hastiados de sí mismos, abandonados, despreciados, vejados incluso por aquellos a quienes más se ama! ¿Es que los perjuicios están por encima del respeto y del amor al prójimo? ¡Cuántos criminales son tratados con más clemencia! Y no pido libertades ni derechos que fuesen opuestos a la razón y a la conciencia, quiero sólo un alma paciente que me escuche, me comprenda, me estimule a ser algo útil; algo semejante al barro en manos del alfarero.

Toda buena semilla crecerá en un corazón fecundado por lágrimas. Hace falta un camino y una guía... ¿No es acaso ésto la Iglesia Católica, ¿Por qué temer entonces proyectar un rayo de luz a través de los densos nubarrones de la miseria, la incomprensión y la estupidez humana? ¿o lo puede hacer y no lo quiere? ¡Cuántas veces hasta en los mismos sacramentos existe la discriminación plagada de perjuicios, siempre prejuicios: el penitente acosado, zaherido, humillado! ¡Esta no es la voz de Cristo! El perdonó siempre, enseñó, amó incondicionalmente.

Ruégole, Padre, me perdone si mis palabras resultaron hirientes; no fue esta la intención. Espero que el fruto venga muy pronto. Mi carta carece de nombre. Creo que no es necesario, ya que mi voz es la voz de muchos que no se atreven a decir lo que yo he dicho, que no se atreven a gritar como yo; de muchos que esperan y confían en ustedes y en todos los sacerdotes; de muchos que aman y perdonan a sus hermanos; de muchos que desean conocer a Cristo y ofrecerle humildemente su miseria, sus lágrimas y su arrepentimiento”.

Anónimo

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